Los recuerdos son sombras que nos oscurecen de repente. Son pedazos de vida que vuelven sin avisar. Son jirones del pasado, trozos de algo que existió, y que hace tiempo se fue. Los recuerdos son como fragmentos de viejas películas que están dentro de nosotros, ocultos en los cajones de la memoria. Los recuerdos nos acechan a toda hora, y en cualquier lugar. Viven a las orillas de las playas, en la bruma de la tarde, en la oscuridad de la noche. Vegetan en los compases de una melodía, en la cadencia de una frase, en un color de cabello, en una tonalidad de ojos, en un olor cualquiera. Hay recuerdos buenos y malos. Los primeros nos reconfortan, nos hacen revivir momentos gratos. Los malos nos hieren con saña. Nos hacen llorar. Nos ponen tristes. Hay recuerdos viejos y nuevos. Los viejos no se han ido nunca. Siempre han estado con nosotros. Son como compañeros permanentes en el viaje de la vida. Los nuevos están por definirse, por ubicarse. Hay recuerdos solos y compartidos. Los solos son nuestros, nos pertenecen en su totalidad. Somos sus únicos dueños. Los compartidos nacen de hechos que vivimos en compañía de otros. A esos los podemos evocar en solitario o en grupo, pero siempre nuestra visión de ellos será muy personal, distinta a la que tengan cada uno de los otros con los cuales los compartimos.
Los recuerdos nos permiten volver a vivir lo vivido. Nos ayudan a renacer los sueños, a avivar nuestros dolores, a pedir perdón por lo pecado. Hay recuerdos que no recordamos. Que hemos olvidado. A unos los hemos querido olvidar, nos lastiman tanto que preferimos borrarlos, hacerlos desaparecer. Sabemos cuales son, pero nos negamos a retrotraerlos, a otros no podemos pensarlos por más que nos lo propongamos. Esos son huidizos, se presentan incompletos, en trozos, y no podemos reconstruirlos en su totalidad. Son como pinturas difuminadas. Nuestra vida es en realidad una serie de recuerdos, un poco de pedazos de lo que hemos sido, de lo que hemos hecho, de lo que hemos vivido. Los recuerdos nos permiten existir en paralelo. Son como un puente entre el pasado y el presente.
Los recuerdos son centinelas de nuestras acciones. Nos alertan sobre el peligro de asumir determinadas conductas, que en el pasado produjeron ciertas consecuencias. Son como un diario de vida, como un registro contable. Están allí custodiando nuestro día a día. Se acuestan en nuestra cama, se sientan a nuestra mesa, viven en nuestra casa. No sabemos cuando nos asaltara un recuerdo, cuando se hará presente. Aparecen de repente, cuando algo los motiva. Algunos se quedan un tiempo poblando nuestra mente, y por más que lo intentamos no podemos deshacernos de ellos, a otros los desechamos con un giro de cabeza, con un parpadeo, de un manotazo.
A veces quisiera recordar que no recuerdo nada. EFO
A veces quisiera recordar que no recuerdo nada. EFO