jueves, 18 de junio de 2015



EL SILENCIO.

El silencio es un bloque pesado, cargado de nada, que se aposenta en nosotros. El silencio es universal, general y abstracto; pero también es especifico, único y personal. Sentimos el silencio cuando enmudecen nuestras voces, callan nuestros sentidos, se cierran nuestros corazones. El silencio llega inesperadamente, la mayoría de las veces sin ser convocado. Hay silencios voluntarios que cierran la boca, para que no hable,  que maniatan las manos, para que no escriban, que taponan los oídos, para que no oigan, que tapian los ojos, para que no vean. Esos silencios son totales. Pueden durar mucho, pero también pueden ser momentáneos, ocasionales. Esos son parciales. El silencio nunca es casual, siempre es intencionado. Hay silencios que dicen mucho. Hay unos que no dicen nada, pero que lastiman más. El silencio de los otros nos puede hacer llorar, nos puede hacer reír, nos puede hacer callar. El silencio nuestro nos habla por dentro a nosotros mismos. Es como una vocecita interior que nos dice lo que no queremos decir. El silencio flota en el aire. Se hace sentir como una nube de polvo espesa que tapa todo. El silencio viaja de noche. Viaja de día. Es incansable en su peregrinar. No se detiene nunca. El silencio no conoce de edades, no sabe de tiempos. El silencio ignora los espacios. No sabe de distancias. El silencio ocupa todos los ámbitos. Está en todas partes. El silencio amarra las voces. Calla los ruidos. Tapona el alma. Hay silencios que pesan como una losa. Hay silencios que son ligeros como un soplo. Hay silencios que parecen que no terminaran nunca. Que demoran en pasar. Que se quedan estacionados. Hay silencios cortos, precisos, rápidos, certeros, como un disparo. Una sucesión de silencios cortos, no hace un silencio largo. El silencio puede ser ancho, como una avenida. Puede ser delgado, como una hoja de papel. El silencio es como una lámina de agua, se desliza lentamente. Poco a poco va conquistando espacios hasta que los copa todos. Es como un manto de tul que te cubre, que me cubre, que los cubre, que nos cubre. El silencio es blanco, claro. El silencio  es negro, oscuro. El silencio es permeable. Se mete por todas las rendijas. Ocupa todas las oquedades. El silencio es inatrapable. El silencio no se puede guardar, pero si podemos guardar silencio. El silencio es mudo, pero a veces es estruendoso.  El silencio es una voz que no se oye, que se queda detenida en la garganta.Un silencio ominoso hace mucho ruido. Hay silencios que se quedan suspendidos, como detenidos en el aire, como estacionados. Esos nos aprisionan, no nos dejan mover, nos quitan la respiración, nos paralizan las piernas, nos nublan la mente, nos aprietan el corazón. Hay silencios deseados, queridos, necesitados. Hay silencios eternos, como el de la muerte. Hay silencios breves, como el de la vida. Hay silencios penitencia, como el de los Cartujos, que hacen de él un voto. Hay silencios que se convierten en secretos. Y hay secretos que esconden pecados, que callan culpas, que guardan silencio. Hay silencios que son audibles. Esos cuando se transforman en voces acosan, increpan, reclaman. Hay que ser cobarde para guardar silencio y hay que ser valiente para hacerlo. EFO.

jueves, 11 de junio de 2015

EL MIEDO

Sigiloso, cuidadoso de no delatar su presencia, con sus  pasos de goma el miedo avanza. Despacio se afinca en los tobillos, escala las piernas, sube hasta la cintura, se adentra en el estomago y  ahí se queda, como esperando. El miedo es una sensación de vacío, es como un hueco que se abre dentro de nosotros que no podemos llenar. El miedo llega de repente. Basta una palabra, un gesto, una mirada, un ruido para que se muestre, para que se asome, para que nos ocupe.
El miedo es ambivalente: a veces nos paraliza. A veces nos obliga a correr. El miedo a veces es irracional. A veces es consiente. El miedo es como una serpiente que repta cerca de nosotros, merodeándonos, dándonos vuelta, circunvalándonos, cazándonos. Pareciera que nos midiera, que tomara distancia, que se agazapara y cuando nos siente débiles o él se sabe fuerte, nos ataca. El miedo es difícil de remover. Una vez que se instala se niega a abandonarnos. No quiere irse, persiste en quedarse. El miedo es avasallante. Nos ocupa casi por entero. Nos sobrepasa, nos sobredimensiona, nos envuelve, nos copa, nos llena. El miedo es un ente vivo, multiforme.Tiene mil rostros, en ocasiones su cara es humana, en otras es la de un animal , pero casi siempre su faz es difusa. Hay miedos reales y miedos falsos. Los reales nacen de un hecho cierto, tienen nombre y apellido, los podemos asociar con alguien o con algo. Los falsos, son miedos informes, que no tienen cuerpo,  son sombras, pero no por ello dejan de atemorizarnos. Muchas veces se esconden tras la puerta de una habitación cerrada, o debajo de la cama, pero casi siempre habitan dentro de nosotros mismos. Viven en lo recóndito de nuestras mentes, se alimentan de nuestras fantasías, de nuestros odios, de nuestros pecados. El miedo nos embosca desde los sueños. Oculto, tapado con la duermevela, espera el momento para salir a asustarnos y casi, sin darnos cuenta, lo vemos llegar, envuelto en la gasa del sopor, del deseo de despertar y de seguir durmiendo. Y al final tras abrir los ojos nos deja sudorosos, expectantes, trémulos, temblorosos.  Hay miedos instantáneos que surgen de una amenaza tangible en un momento determinado. Esos llegan rápido, son certeros, precisos. Hay miedos permanentes que viven en nosotros, escondidos no sabemos donde, y que de vez en cuando  afloran, sorprendiéndonos  con  su presencia. Los descubrimos al mirarnos al espejo una mañana cualquiera, al subir al tren, al doblar las esquinas. Los vemos en el fondo de la taza de café, en el humo del cigarrillo, en los bufidos del viento. Esos miedos son viejos compañeros a los cuales a fuerza de verlos y sentirlos dejamos de temer. Hay miedos que no nos pertenecen, que son de otros, pero que al mirarlos nos asustan porque nos involucran aún sabiendo que no son nuestros, que viven fuera de nosotros.  Hay miedos colectivos, que contagian a todos, que asustan a todos. Son difíciles, por su tamaño, de vencer.  Hay gente que siempre tiene miedo. Hay otros que siempre meten miedo, pero todos, todos tenemos miedo. Miedo de vivir, de sufrir, de morir, o simplemente de tener miedo. EFO