domingo, 30 de octubre de 2016



LOS CEMENTERIOS


Los cementerios son ciudadelas cerradas donde se facilita la entrada y prohíbe la salida. Son espacios habitados por seres que fueron alguien y que ahora son algo. Por gente que nunca se ve, ni se conoce, que no se comunica, que no hace ruido. Los cementerios son territorios  llenos de horas muertas, de tiempos idos, de sueños inconclusos, de ilusiones vanas, de largos adioses, de ayes lastimeros, de estatuas tristes. En los cementerios no hay ningún querubín risueño, ninguna virgen feliz, ningún ángel sonriente. Son lugares donde toda aflicción tiene su asiento y toda lágrima un lugar. Están poblados de recuerdos, llenos de lamentos, de amores terminados, de esperanzas fallidas. No hay letreros de bienvenida, todos están hechos para despedir, para recordar, nunca para recibir. Sus caminos no llevan a ninguna parte, todos mueren en los mismos sitios, todos se entrecruzan, formando calles que parecen cercos, que limitan los pasos, que atan los pies. En los cementerios solo se escucha el grito del silencio y el susurro del viento. Las palabras se musitan. Se habla en voz baja, se mira de soslayo, se escucha despacio. El silencio espeso, grueso, consistente, forma una bóveda que lo cubre todo, que lo llena todo, que lo ocupa todo. El viento, lastimero, quejumbroso, no silva, gime. A ratos pareciera que llorara. Se arrastra patrullando las veredas, contando las tumbas, inventariando las lápidas, pasando revista a los muertos. En los cementerios las flores tienen distintos colores, pero el mismo olor. Un olor característico, pegajoso, dulzón, triste, que se queda en la ropa y tupe la nariz. Los cementerios abren de día y cierran de noche. De noche nadie los visita. De día únicamente los que, en llorosas caravanas, van a despedir o los que poblados de añoranzas o remordidos de conciencia, se acercan a visitar. En los cementerios no sólo se sepultan cuerpos. Se entierran vanidades, amores, odios, orgullos, historias. Allí todos son iguales, están colocados en la misma posición: horizontal. En los camposantos no hay verticalidad. La diferencia la hacen la forma y dimensión del monumento que se erige encima de la tierra donde se asienta.
Me gustan los cementerios porque en ellos eres libre de decir lo que quieras. Nadie te pregunta, ni te ve, ni te escucha. Te sabes solo, pero te sientes acompañado. Puedes dejar que tu imaginación desande sus avenidas, se trepe a sus árboles, se siente en sus bancos. Puedes llorar a placer y estar triste, hablar contigo mismo, en voz alta, sin que te miren de soslayo o murmuren a tus espaldas. Todo eso está permitido. 
En los cementerios los muertos tienen algo en común: están vivos, pues la muerte es el fin de esta  vida, pero el principio de otra donde se vive en la memoria de pocos y se muere en el olvido de muchos.  EFO 


viernes, 7 de octubre de 2016





LA NOSTALGIA

Ayer encontré tus letras, esas que me escribiste, contándome tus cosas, cosas que solo a mi contabas y creeme, la vida se me oscureció de repente. Sentí como si un manto de ceniza me cubriera, como si un velo de niebla me envolviera. Es la nostalgia de no estar contigo, de haber perdido tu recuerdo en el paso de los días, con el discurrir del tiempo. 
Ayer me arrimé a tu puerta a descansar y se me ocurrió pedirte que le ordenes a tu boca, esa de risa de azúcar, que me llame, que le digas a tus ojos, esos de ala de cuervo, que me miren, que le pidas a tus manos, esas de dedos de lirios, que me toquen. Pero tu puerta estaba cerrada, no se abrió. Es la nostalgia de evocarte, de verte venir entre sueños, cubierta de pasado. Ayer la nostalgia se me escurrió por la piel y con ella volvieron las ilusiones como vuelve una fiera a su cubil, como retorna una cigüeña a su campanario, presurosas. La nostalgia me enseñó que la vida sin dolor no sabe igual, que el tiempo se hace viejo dentro de las gavetas cerradas. Ayer recordé aquellas noches en que mi mano se hacia garra, apretando el gorrión de tu mano y hoy me siento como un barquito de papel, a la deriva, a merced del agua que corre por el caño, impulsado por el viento que lo conduce a destino incierto.
La Nostalgia es un sueño que no sentimos llegar. Es como una mortaja de lluvia que nos cubre, que nos empapa el alma. Es querer volver a vivir lo vivido, estar donde estuvimos, sentir lo que sentimos. Es una sombra difuminada, una figura imprecisa de algo que ya fue, un deseo insatisfecho, una añoranza, un desasosiego, un dolor dulce que nos lastima, pero que queremos seguir sintiendo. Es como una flor marchita,  ya muerta, que nos empeñamos en revivir. La Nostalgia camina aferrada a los acordes de las viejas canciones, esas que ya nadie escucha; a las hojas amarillas de los libros antiguos, polvosos, esos que ya nadie lee; a las cuentas de los rosarios,  esas que ya no desgrana el que perdió la fe; al sepia de los fotografías,  esas que ya nadie ve.
La Nostalgia no es evocable. No podemos convocarla a placer, pues no obedece a nuestra voluntad, no se somete a nuestros deseos. Cuando llega plena nuestras estancias, ocupando todos los espacios como si fuesen suyos, como si fuese la dueña. Se aposenta en nuestro espíritu y allí se queda. Nos abandona cuando considera que debe irse. Y se va como llega; despacio, sin hacer ruido, sin aporrear la puerta, sin despedirse, sin anunciar su partida. 
Para unos La Nostalgia es un bálsamo que alivia su herida, para otros es la  herida misma que no tiene alivio.   EFO.