LOS CEMENTERIOS
Los cementerios son ciudadelas cerradas donde se facilita la entrada y prohíbe la salida. Son espacios habitados por seres que fueron alguien y que ahora son algo. Por gente que nunca se ve, ni se conoce, que no se comunica, que no hace ruido. Los cementerios son territorios llenos de horas muertas, de tiempos idos, de sueños inconclusos, de ilusiones vanas, de largos adioses, de ayes lastimeros, de estatuas tristes. En los cementerios no hay ningún querubín risueño, ninguna virgen feliz, ningún ángel sonriente. Son lugares donde toda aflicción tiene su asiento y toda lágrima un lugar. Están poblados de recuerdos, llenos de lamentos, de amores terminados, de esperanzas fallidas. No hay letreros de bienvenida, todos están hechos para despedir, para recordar, nunca para recibir. Sus caminos no llevan a ninguna parte, todos mueren en los mismos sitios, todos se entrecruzan, formando calles que parecen cercos, que limitan los pasos, que atan los pies. En los cementerios solo se escucha el grito del silencio y el susurro del viento. Las palabras se musitan. Se habla en voz baja, se mira de soslayo, se escucha despacio. El silencio espeso, grueso, consistente, forma una bóveda que lo cubre todo, que lo llena todo, que lo ocupa todo. El viento, lastimero, quejumbroso, no silva, gime. A ratos pareciera que llorara. Se arrastra patrullando las veredas, contando las tumbas, inventariando las lápidas, pasando revista a los muertos. En los cementerios las flores tienen distintos colores, pero el mismo olor. Un olor característico, pegajoso, dulzón, triste, que se queda en la ropa y tupe la nariz. Los cementerios abren de día y cierran de noche. De noche nadie los visita. De día únicamente los que, en llorosas caravanas, van a despedir o los que poblados de añoranzas o remordidos de conciencia, se acercan a visitar. En los cementerios no sólo se sepultan cuerpos. Se entierran vanidades, amores, odios, orgullos, historias. Allí todos son iguales, están colocados en la misma posición: horizontal. En los camposantos no hay verticalidad. La diferencia la hacen la forma y dimensión del monumento que se erige encima de la tierra donde se asienta.
Me gustan los cementerios porque en ellos eres libre de decir lo que quieras. Nadie te pregunta, ni te ve, ni te escucha. Te sabes solo, pero te sientes acompañado. Puedes dejar que tu imaginación desande sus avenidas, se trepe a sus árboles, se siente en sus bancos. Puedes llorar a placer y estar triste, hablar contigo mismo, en voz alta, sin que te miren de soslayo o murmuren a tus espaldas. Todo eso está permitido.
En los cementerios los muertos tienen algo en común: están vivos, pues la muerte es el fin de esta vida, pero el principio de otra donde se vive en la memoria de pocos y se muere en el olvido de muchos. EFO
Me gustan los cementerios porque en ellos eres libre de decir lo que quieras. Nadie te pregunta, ni te ve, ni te escucha. Te sabes solo, pero te sientes acompañado. Puedes dejar que tu imaginación desande sus avenidas, se trepe a sus árboles, se siente en sus bancos. Puedes llorar a placer y estar triste, hablar contigo mismo, en voz alta, sin que te miren de soslayo o murmuren a tus espaldas. Todo eso está permitido.
En los cementerios los muertos tienen algo en común: están vivos, pues la muerte es el fin de esta vida, pero el principio de otra donde se vive en la memoria de pocos y se muere en el olvido de muchos. EFO
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