jueves, 25 de enero de 2018



EL NEGRO SUDARIO



Sin querer despedirse el día avanza. Se transfigura en ocaso. Apaga su farol. Se  pinta de colores. Se prepara para dar paso a su diario relevo. Se aproxima la hora de las verdades rotundas. En las almas de los penitentes se corre el velo. Se apagan las luces. Aparecen las sombras.
Poco a poco cae la noche. La he visto venir, acercarse con sus pies alados, la he escuchado caminar, con sus pasos oscuros. He sentido la presencia de su cuerpo ingrávido, que todo lo toca,  que todo lo ve. Hace rato que desplegó su ejercito de sombras. De formas que se transmutan, que cambian que se mimetizan. De compañeras inseparables de los cuerpos, de carceleras impenitentes de las almas. Sigilosas, una tras otra se alinean, forman filas, se preparan para luego quedarse quietas, inmóviles, expectantes.
Las sombras son negros sudarios que todo lo cubren, que todo lo tapan, que todo lo velan. Las sombras de la noche se repliegan a la luz del sol. Las sombras del alma no se van nunca. Esas nacen de las pasiones, se alimentan de malos recuerdos, de dudas, de deseos, de envidia. Viven en lo más profundo de los pensamientos. Anidan en los corazones, ennegreciendo los sentimientos.
Hay sombras de odio, de dolor, de despecho, de resentimiento, de angustia, de celos. Cada una de ellas corresponde a un hecho determinado, a una situación dada, a un evento perturbador. Van creciendo arropadas con el tiempo, alimentadas por la pasión que les dio origen, anidadas en el alma, estacionadas en la mente. Esas sombras habitan en nosotros, viven en lo más recóndito de nuestro ser, coexistiendo con lo peor que tenemos, con lo peor que somos. Son entes bajos, subordinados, abyectos. Las sombras no tienen edad, no conocen de tiempo. Hay sombras del pasado que viven en el presente y las hay de este que se proyectan al futuro.
La noche, gran celestina, inefable encubridora, es partera de sombras. Cubierto con ellas el asesino mata, los cuerpos se juntan, el cobarde traiciona, el enamorado besa. Bajo su velo se han gestado grandes hazañas, se han tendido arteras emboscadas, se ha jurado amor eterno.  
Yo al igual que la noche diariamente despliego mi ejercito de sombras. Selecciono a cada una de ellas. Las escojo entre las que más daño me hicieron, entre aquellas con las que más daño hice. Las desnudo, las expongo. Dejo que revelen su lado oscuro, ese lado al que temo, el que siempre escondo, el que nunca muestro. Descubiertas, al descampado, sin mortaja que las cubra, mis sombras, las de odio, las de desamor, las de envidia, las de vanidad se ven obligadas a mostrarse tal cual son. Las miro. Las cuestiono, y finalmente las perdono y con ello me redimo y empiezo a vivir de nuevo.
Con la luz del día las sombras de la noche se desvanecen. Con la luz del perdón las sombras del alma se difuminan.  EFO.


miércoles, 24 de enero de 2018




EL VIAJE


Comencé a andar. Sin despedirme, sin decirle adios a nadie, sin equipaje, sin más compañía que yo mismo empecé a marcar los pasos. Y uno tras otro, sumando huellas, pisoteando caminos me fui alejando. Ayer partí. No se a donde voy. En realidad no tengo un plan predeterminado, ni tampoco un destino cierto. Simplemente camino. Tampoco se por qué me fui. No soy un proscrito. No he sido desterrando, ni expulsado de ninguna parte. Dejar todo atrás, irse, abandonar lo que hasta ayer era cotidiano, es una decisión que se toma cuando colocado en una encrucijada te ves obligado a escoger. Y eso fue lo que hice: decidí, escogí. Me fui por propia voluntad. Abandoné casa, tierra, cielo, sin que nadie me lo pidiera, sin que nadie influyera en mi . No soy un peregrino, pues no aspiro llegar a ninguna parte, ni pago promesa alguna. No soy un viajero, porque no tengo destino. Simplemente soy un caminante, alguien que consume tiempo, que agota rutas, que holla senderos. Soy un caminante que no  tiene tiempo ni hora. Marcho sin brújula, sin reloj, sin mapa. Me detengo cuando, cansado de caminar, deba descansar, hacer un alto para reponer fuerzas. A lo largo del camino veo caras extrañas, escucho voces desconocidas. A veces no se donde estoy, pese a que algunos paisajes me son familiares, pero eso no me perturba, no me inquieta. Mi única ambición es caminar, marcar distancia, otear el horizonte, avanzar.
Cuando me pregunto que me impulsa, porque hago esto, a donde quiero llegar, me respondo: desde siempre quise hacerlo, de niño envidiaba el vuelo de las aves, al garete, atravesando nubes, cubriendo distancias, espiaba el viaje de las hormigas, incansables, tenaces, me extasiaba con las cambiantes figuras que en el agua dibujan los cardumenes de peces, veloces, plateados. Siempre quise sentirme dueño de mi destino, libre, sin ataduras, capaz de decidir.
Quizás me detenga algún día. Y ese día puede ser hoy, o mañana o no llegar nunca. Quizás lo haga cuando encuentre lo que busco, pero para ello debo primero saber que estoy buscando, que quiero, que necesito, que espero conseguir. Mi viaje también es hacia dentro, hacia el interior de mi mismo.
Cuando se viaja hacia adentro el camino se torna áspero, duro, espinoso. Es hacer introspección, echar marcha atrás, recordar lo que queremos olvidar. Es pararse en el presente, y ver que somos, que estamos haciendo. Es proyectarse e imaginar lo deseado, lo que aspiramos lograr, lo que necesitamos tener. Ese viaje, el interno, es el más difícil de realizar porque para hacerlo necesitamos primero romper con todo lo que nos ata, soltar las amarras, partir, caminar. Y en eso estoy. Camino afuera para llegar adentro...  EFO