EL NEGRO SUDARIO
Sin querer despedirse el día avanza. Se transfigura en ocaso. Apaga su farol. Se pinta de colores. Se prepara para dar paso a su diario relevo. Se aproxima la hora de las verdades rotundas. En las almas de los penitentes se corre el velo. Se apagan las luces. Aparecen las sombras.
Poco a poco cae la noche. La he visto venir, acercarse con sus pies alados, la he escuchado caminar, con sus pasos oscuros. He sentido la presencia de su cuerpo ingrávido, que todo lo toca, que todo lo ve. Hace rato que desplegó su ejercito de sombras. De formas que se transmutan, que cambian que se mimetizan. De compañeras inseparables de los cuerpos, de carceleras impenitentes de las almas. Sigilosas, una tras otra se alinean, forman filas, se preparan para luego quedarse quietas, inmóviles, expectantes.
Las sombras son negros sudarios que todo lo cubren, que todo lo tapan, que todo lo velan. Las sombras de la noche se repliegan a la luz del sol. Las sombras del alma no se van nunca. Esas nacen de las pasiones, se alimentan de malos recuerdos, de dudas, de deseos, de envidia. Viven en lo más profundo de los pensamientos. Anidan en los corazones, ennegreciendo los sentimientos.
Hay sombras de odio, de dolor, de despecho, de resentimiento, de angustia, de celos. Cada una de ellas corresponde a un hecho determinado, a una situación dada, a un evento perturbador. Van creciendo arropadas con el tiempo, alimentadas por la pasión que les dio origen, anidadas en el alma, estacionadas en la mente. Esas sombras habitan en nosotros, viven en lo más recóndito de nuestro ser, coexistiendo con lo peor que tenemos, con lo peor que somos. Son entes bajos, subordinados, abyectos. Las sombras no tienen edad, no conocen de tiempo. Hay sombras del pasado que viven en el presente y las hay de este que se proyectan al futuro.
La noche, gran celestina, inefable encubridora, es partera de sombras. Cubierto con ellas el asesino mata, los cuerpos se juntan, el cobarde traiciona, el enamorado besa. Bajo su velo se han gestado grandes hazañas, se han tendido arteras emboscadas, se ha jurado amor eterno.
Yo al igual que la noche diariamente despliego mi ejercito de sombras. Selecciono a cada una de ellas. Las escojo entre las que más daño me hicieron, entre aquellas con las que más daño hice. Las desnudo, las expongo. Dejo que revelen su lado oscuro, ese lado al que temo, el que siempre escondo, el que nunca muestro. Descubiertas, al descampado, sin mortaja que las cubra, mis sombras, las de odio, las de desamor, las de envidia, las de vanidad se ven obligadas a mostrarse tal cual son. Las miro. Las cuestiono, y finalmente las perdono y con ello me redimo y empiezo a vivir de nuevo.
Con la luz del día las sombras de la noche se desvanecen. Con la luz del perdón las sombras del alma se difuminan. EFO.
Las sombras son negros sudarios que todo lo cubren, que todo lo tapan, que todo lo velan. Las sombras de la noche se repliegan a la luz del sol. Las sombras del alma no se van nunca. Esas nacen de las pasiones, se alimentan de malos recuerdos, de dudas, de deseos, de envidia. Viven en lo más profundo de los pensamientos. Anidan en los corazones, ennegreciendo los sentimientos.
Hay sombras de odio, de dolor, de despecho, de resentimiento, de angustia, de celos. Cada una de ellas corresponde a un hecho determinado, a una situación dada, a un evento perturbador. Van creciendo arropadas con el tiempo, alimentadas por la pasión que les dio origen, anidadas en el alma, estacionadas en la mente. Esas sombras habitan en nosotros, viven en lo más recóndito de nuestro ser, coexistiendo con lo peor que tenemos, con lo peor que somos. Son entes bajos, subordinados, abyectos. Las sombras no tienen edad, no conocen de tiempo. Hay sombras del pasado que viven en el presente y las hay de este que se proyectan al futuro.
La noche, gran celestina, inefable encubridora, es partera de sombras. Cubierto con ellas el asesino mata, los cuerpos se juntan, el cobarde traiciona, el enamorado besa. Bajo su velo se han gestado grandes hazañas, se han tendido arteras emboscadas, se ha jurado amor eterno.
Yo al igual que la noche diariamente despliego mi ejercito de sombras. Selecciono a cada una de ellas. Las escojo entre las que más daño me hicieron, entre aquellas con las que más daño hice. Las desnudo, las expongo. Dejo que revelen su lado oscuro, ese lado al que temo, el que siempre escondo, el que nunca muestro. Descubiertas, al descampado, sin mortaja que las cubra, mis sombras, las de odio, las de desamor, las de envidia, las de vanidad se ven obligadas a mostrarse tal cual son. Las miro. Las cuestiono, y finalmente las perdono y con ello me redimo y empiezo a vivir de nuevo.
Con la luz del día las sombras de la noche se desvanecen. Con la luz del perdón las sombras del alma se difuminan. EFO.
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