viernes, 22 de mayo de 2020



ANTAÑO, HOGAÑO.


En mi otra vida, porque he tenido otras vidas, fui filibustero, no corsario ni bucanero, Filibustero. Navegue por el mar de Las Antillas, robé y enterré  tesoros, escamoteándole a sus majestades, los Reyes de España, oro, perlas y plata, riquezas que ellos habían hurtado a los legítimos dueños de estas tierras. Yo asalté Portobelo, tomé La Barra de Maracaibo y asolé Cartagena de Indias. En aquellos  días  la sangre teñía mis manos y el acre olor de la pólvora nublaba mis sentidos. Todavía escucho el estampido del cañón, los alaridos de dolor y los gritos de espanto. Aún siento la angustia, trepar por los cordajes, escalar los palos y bailar con el viento en las velas. También fueron muchas las noches en que mi barco recaló en aguas de La Tortuga y en interminables horas dilapidé mi juventud y desgasté mi cuerpo entre mujeres, tabaco y ron.

En mi otra vida, porque he tenido otras vidas, fui Monje Copista. Por ese entonces Gutenberg no transformaba la imprenta y los pocos libros que existían debían ser copiados a mano, una y otra vez, en papel pergamino y con caligrafía gótica, para reproducirlos e impedir que se perdieran en la noche de los tiempos. Fui el mejor copista de el Deir (Monasterio) en la antigua ciudad de Petra. El primer monje que se atrevió a ilustrar un libro, coloreando las letras capitulares, enmarcando los textos en hermosas orlas y dibujando al margen figuras alegóricas desafiando expresas prohibiciones que impedían usar el color y jugar con las formas. Yo copié la primera Biblia, aquella recopilada en el Siglo III A.C por los 70 sabios judíos invitados por el Rey Ptolomeo II a Alejandría para aportar a su biblioteca la historia de su pueblo.

En mi otra vida, porque he tenido otras vidas, fui un homicida contumaz. Al cerrar la niebla, cuando el deseo de los hombres y el impudor de las mujeres trotaban por las calles de Londres, mi mano cercenaba las carnes de las damas de la noche. Si, yo fui Jack, Jack El Destripador. Me arrastraba, junto con mi rabia, por estrechos callejones y solitarios muelles en busca de sangre. Era un asesino diestro, muchos dicen que el mejor que ha existido. Vestido de sombra y armado con un escalpelo, recuerdo de mi otra profesión, acechaba a las mujerzuelas y sin mediar palabra  me quedaba con su miserable vida. El placer de matar solo era comparable a la impunidad con que lo hacía. Hoy, a muchos años de aquellos días gloriosos la inepta policía sigue preguntándose  quien era y por qué mataba.

En mi otra vida, porque he tenido otras vidas, fui médico de la Peste Negra. Vestí largo abrigo, calcé altas botas y enfunde mis manos en guantes de cuero marroquí. Tapé mis ojos con lentes negros y cubrí mi rostro con la mascara de nariz cónica, rellena de ámbar gris, menta, láudano, pétalos de rosa y clavos de olor para prevenir el contagio. Usando mi bastón para auscultar a los enfermos, sin tener que tocarlos, por temor a infectarme, deambulé por las desoladas calles donde el lamento de los apestados se confundía con el aullido de la muerte. Yo viví el cierre de Peruggia, obligado a permanecer tras los muros de una ciudad que me era extraña y a la que no podía abandonar. Vi como crecían los bubones en los cuerpos, empinándose al cielo, clamando piedad. Pero el cielo era sordo a toda suplica, mientras la noche, negra como la peste, se vestía de vahos purulentos y  hediondas emanaciones. 

En mi otra vida, porque he tenido otras vidas, fui un feroz mirmidon, una de aquellas hormigas convertidas por Zeus en valerosos guerreros. Viajé en una nave de negra y comba popa a las ordenes de Aquiles, el más grande héroe de todos los tiempos. Combatí a su lado, bruñí sus armas, esas que forjó el mismo Hefesto, llené de espumoso vino su honda copa y peiné sus hermosas grebas. Yo lo vi derramar ardientes lagrimas, cubrir con sendos obolos los ojos de Patroclo y clavar en el medio del pecho de Hector su vengadora pica. Presencié el llanto de Priamo, la furia de Agamenon y el amor de Briseida. Yo vi morir a mi señor en una calle de Troya, a manos de un afeminado, y me tocó acompañarlo en la barca de Caronte, rumbo a la Mansión de Hades. 

En mi otra vida, porque he tenido otras vidas, viví la mas corta de todas ellas en el Palacio dorado del Rey Niño. Mi Dios, mi Faraon, Tutantkhamon. Con el crecí pues desde pequeño estuve destinado a su servicio. Sus deseos eran los míos y mía también su voluntad. Nunca hubo, ni habrá, otro rey, tan glorioso y bello como el. Vi colocar sobre su cabeza la tiara roja y la tiara blanca al coronarlo con la Cobra y el Buitre, como señor del Alto y Bajo Egipto. Cerré sus ojos, cuando infame mano lo llenó de oscuridad y amortajé su cuerpo con vendajes de lino en la Casa de la Muerte. Con el navegué las aguas del Nilo y recorrí los caminos del desierto. Y con el fui enterrado vivo en su tumba para continuar mi servicio después que Anubis lo llevara ante Osiris en su viaje al inframundo.

En esta vida, porque ahora vivo esta vida, soy sólo un item en la larga lista de items que conforman un presente insípido, vacuo, ayuno de emociones, ausente de sobresaltos. EFO.

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