EL RUIDO DEL SILENCIO
No se desde cuando, ni como, pero noto que desde hace tiempo dejé de percibir tu voz. Ya no escucho su sonido metálico dentro de mi. Es como si de repente algo se hubiese roto, separándonos, distanciándonos. La ausencia de tu voz se suma a la ausencia de otras voces que aprendí a silenciar cuando dejaron de interesarme.
Con las voces, con todas las voces, siempre tuve una conexión. Soy capaz de diferenciarlas, de distinguirlas. Conozco el significado de cada una. Me estremezco con sus estridencias o me conmuevo con sus susurros, porqué las voces, sabes, algunas veces susurran.
Hay voces de guerra, son palabras altisonantes, que incitan a la discordia, que convocan a la lucha. Esas voces presagian grandes males, nos alertan sobre sucesos terribles que están por suceder. Hay voces de paz, que nos hablan de entendimiento, de armonía. Esas voces anuncian tiempos buenos que están por venir. Las de angustia, son llamados de auxilio. Las de dolor nos desgarran por dentro, son lamentos de una pena con la que estamos obligados a vivir pues no hay bálsamo que mitigue el sufrimiento que nos produce. Hay voces a las que siempre presto atención: a las de suplica, a las de peticiones, a las de renuncia. Atenderlas es un deber. Escucharlas una obligación. Hay voces que gritan en coro, que se juntan y a veces suenan como una sola, son las voces del remordimiento, de la culpa, de la conciencia. Esas nos mortifican, nos atormentan, nos hacen sentir culpables. Las voces de arrepentimiento conllevan, casi siempre, la promesa de no volver a caer, de no incurrir en el mismo error, pero solo debemos creer en ellas cuando estemos ciertos de la contrición verdadera para así poder darle oídos a las de perdón que brotan del fondo de nosotros mismos, que nos conmueven el espíritu. Cuando cunde el desconsuelo y callan las voces de la alegría podemos escuchar el lastimero sonido del llanto. Es una voz sorda, quejumbrosa, que nos estremece, que nos pone tristes. La voz del llanto hiere el corazón. Desde siempre he desestimado la voz de la rabia. Le temo, porque se que muchas veces nos ciega, nos arrastra, nos obliga a hacerle coro. La rabia es una mala hierba que crece dentro de nosotros y a la que hay que contener, no dejar salir, arrancar.
Me gusta escuchar la voz de la esperanza, pues me reconforta, me reconcilia con mi ser interior. Pero sobre todas las voces distingo una, a la que siempre escucho, a la que nunca rechazo, esa es la voz del silencio. Esa voz me cubre totalmente, se abre paso desde el fondo de mi alma, invadiéndome. Se asoma a mi conciencia callando todos los ruidos. Es densa, profunda, espesa. esa voz grita dentro de mi y su grito, el grito del silencio asorda los sentidos, se convierte en eco estacionándose en el tiempo. El silencio es un ruido... mi gran ruido. EFO.
Con las voces, con todas las voces, siempre tuve una conexión. Soy capaz de diferenciarlas, de distinguirlas. Conozco el significado de cada una. Me estremezco con sus estridencias o me conmuevo con sus susurros, porqué las voces, sabes, algunas veces susurran.
Hay voces de guerra, son palabras altisonantes, que incitan a la discordia, que convocan a la lucha. Esas voces presagian grandes males, nos alertan sobre sucesos terribles que están por suceder. Hay voces de paz, que nos hablan de entendimiento, de armonía. Esas voces anuncian tiempos buenos que están por venir. Las de angustia, son llamados de auxilio. Las de dolor nos desgarran por dentro, son lamentos de una pena con la que estamos obligados a vivir pues no hay bálsamo que mitigue el sufrimiento que nos produce. Hay voces a las que siempre presto atención: a las de suplica, a las de peticiones, a las de renuncia. Atenderlas es un deber. Escucharlas una obligación. Hay voces que gritan en coro, que se juntan y a veces suenan como una sola, son las voces del remordimiento, de la culpa, de la conciencia. Esas nos mortifican, nos atormentan, nos hacen sentir culpables. Las voces de arrepentimiento conllevan, casi siempre, la promesa de no volver a caer, de no incurrir en el mismo error, pero solo debemos creer en ellas cuando estemos ciertos de la contrición verdadera para así poder darle oídos a las de perdón que brotan del fondo de nosotros mismos, que nos conmueven el espíritu. Cuando cunde el desconsuelo y callan las voces de la alegría podemos escuchar el lastimero sonido del llanto. Es una voz sorda, quejumbrosa, que nos estremece, que nos pone tristes. La voz del llanto hiere el corazón. Desde siempre he desestimado la voz de la rabia. Le temo, porque se que muchas veces nos ciega, nos arrastra, nos obliga a hacerle coro. La rabia es una mala hierba que crece dentro de nosotros y a la que hay que contener, no dejar salir, arrancar.
Me gusta escuchar la voz de la esperanza, pues me reconforta, me reconcilia con mi ser interior. Pero sobre todas las voces distingo una, a la que siempre escucho, a la que nunca rechazo, esa es la voz del silencio. Esa voz me cubre totalmente, se abre paso desde el fondo de mi alma, invadiéndome. Se asoma a mi conciencia callando todos los ruidos. Es densa, profunda, espesa. esa voz grita dentro de mi y su grito, el grito del silencio asorda los sentidos, se convierte en eco estacionándose en el tiempo. El silencio es un ruido... mi gran ruido. EFO.
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