viernes, 16 de marzo de 2018



EL OTRO YO


... soy el Ego que a nadie hace falta, el que se sienta en el silencioso y vacío espacio que no es espacio y en el tiempo que tampoco es tiempo...
 Gibran Jalil Gibran.  Los siete egos.



En corro, en corro, todos en tropel, danzan y se toman de las manos, giran y se contorsionan, desdibujan grotescas muecas y dejan escapar una nube de gemidos que pueblan el aire. Ahora se esconden, se tapan unos con otros como pretendiendo escapar de ellos mismos. Los Egos tratan de reconocerse, de identificarse de saber cual corresponde a quien. A veces parecieran ser uno solo pero, no nos dejemos engañar, los Egos son muchos. Son demonios que  llevamos dentro. Son pequeños, o grandes, diablos que viven en lo más profundo de nuestro ser y que nos obligan a hacer cosas de las cuales, algunas veces, nos arrepentimos.
El Ego es la instancia psíquica a través de la cual la persona se reconoce  como yo y es consciente de su propia identidad; es la parte central de la conciencia que tiene la tarea de dar el sentido de si mismo. El Ego organiza la actividad consciente que consta de pensamientos, recuerdos, percepciones y sentimientos. 
El Ego es un ente múltiple que muestra distintas caras, que juega varios roles, que actúa de muchas formas. En cada uno de nosotros habitan diez Egos, que luchan entre si por asumir el control, imponiéndose al final el más fuerte, determinando así el rasgo preponderante de nuestra personalidad. Si queremos evolucionar como seres humanos, es preciso identificarlo, saber cual de ellos nos domina para así poder trabajarlo:
El Sabelotodo. Siempre cree tener la razón, da consejos de todo, cree tener respuesta para todo, no se puede quedar callado.
El Insaciable. No le gusta pasar desapercibido, busca ser el centro de atención.
El Interruptor. Su necesidad de autorreferencia es tan fuerte que interrumpe permanentemente, nunca deja que los demás terminen de hablar.
El Envidioso. No soporta los triunfos y los éxitos de los demás.
El Prestigioso. Busca aplausos, reconocimiento y admiración por todo lo que hace.
El Jinete. Se apropia de los conocimientos de los demás para su propio beneficio, es aprovechador y usurpador.
El Sordo. Nunca escucha, le gusta hablar solo, habitualmente finge escuchar.
El Manipulador. Siempre se las arregla mintiendo, manipulando, engañando para que las cosas resulten a su favor.
El Orgulloso. Es competitivo, discutidor,  no le gusta perder.
El Silencioso. Es aquel ego que calladamente tiene un discurso paralelo, es criticon, hipócrita y enjuiciador.
El Ego es el falso yo. Cegador, arrogante, peyorativo, insaciable e inconformista por naturaleza; es un error de pensamiento que intenta hacer una presentación de como nos gustaría ser, en vez de como realmente somos. Ese engañador distorsiona la opinión que tenemos sobre nosotros mismos. 
Es imperioso librar la diaria batalla con el otro yo que nos acosa, que intenta imponerse, hacer su voluntad, regir nuestros actos. Tenemos que acorazarnos, blindarnos, revestirnos de fe, de esperanza y sobre todo de una gran dosis de amor hacia nosotros mismos, como única forma de salir airosos de esa lucha silenciosa, callada, que no nos da cuartel. EFO.


domingo, 4 de marzo de 2018





EL INTANGIBLE VELO


El aire es una combinación de gases en proporciones ligeramente variables, esencial para la vida, transparente a la vista, intangible al tacto; pero en realidad es algo más que eso. Es una combinación de circunstancias que se dan en determinados momentos y bajo condiciones específicas.
El aire es un receptáculo de sensaciones, de emociones. En el aire, se puede oler la sangre, escuchar gritos, presagiar tragedias, vaticinar encuentros. El aire nos rodea, nos envuelve, pero también  nos traspasa, se nos adentra. Se mete por los oídos, escala por la nariz, entra por la boca, choca con los ojos, permea la piel  y lo hace cargado de sensaciones, de sentimientos, de matices. En el aire se pueden leer signos de tragedia, de venganza. En los cementerios el aire juega entre las tumbas, amortaja a los muertos, llora con los deudos, se abraza a las cruces. En los parques se sube a los árboles, despeina a los hombres, descansa en los bancos, trota por las veredas, se acuesta en la grama, avergüenza a  las mujeres. El aire caliente sofoca, el aire marino vivifica, el aire frío entumece. El aire de la noche adormece. El aire de la tarde invita a soñar, nos vuelve melancólicos. En las batallas el aire huele a pólvora, a repicar de tambores, a estruendo de disparos asordando el alma, infundiendo miedo en los corazones.
El aire es omnipresente, inodoro, incoloro, no tiene sabor, no tiene forma, es intangible, invisible. Es como un manto de nada que nos cubre, que está pegado a nuestro cuerpo tupiéndolo, tapándolo. No lo podemos ver, pero lo sentimos. Sabemos que está allí, sobre, debajo, dentro de nosotros.
Por el aire viajan las palabras, los suspiros, los ayes de dolor, los gritos de angustia, las miradas de amor, de odio, los olores, los colores, las risas, los adioses, los recuerdos, los deseos.  El aire es un lienzo en el cual pintan formas las nubes, hace remolinos el viento, derrama la lluvia su cáliz de agua, juguetea la luna con sus rayos de plata, calienta el sol con su dardos de oro.
Es un compañero fiel. No nos abandona nunca, siempre está disponible para nosotros, para que escuchar nuestras confidencias, para recoger nuestras palabras, transportarlas, hacerlas llegar a otros, o guardarlas para nadie.
Es mudo testigo de hechos. Escribano de historias no leídas. Juglar de gestas siempre cantadas. Portavoz de esperanzas, de suplicas, de gemidos, de llantos. Celoso guardián de secretos. Incansable viajero, sempiterno peregrino que desanda con sutiles pasos caminos nunca soñados, senderos ignorados, sendas no imaginadas, rutas ignotas. El aire es un velo invisible que arropa nuestro cuerpo pero no tapa  nuestras miserias.  EFO.


sábado, 3 de marzo de 2018






SPIARITUS: SOPLO, HÁLITO


Bien y mal son nociones antagónicas que se contraponen en eterna lucha por prevalecer. La idea del bien está asociada a Dios, mientras que el mal es dominio del demonio. Dios y Demonio han existido desde que el hombre hizo su aparición en la tierra. Dios y Demonio son creaciones de la mente humana, al menos  eso dicen quienes no creen en ninguno de los dos. 
Los Demonios, pues son muchos, han atormentado al hombre desde su nacimiento. El Demonio, según los demonólogos, es un ser de naturaleza angélica, condenado eternamente. No tiene cuerpo. No hay en él  ningún tipo de materia sutil, ni nada parecido a esta. Se trata de una existencia de carácter íntegramente espiritual. Son Spiaritus: soplo, hálito.
Durante la Edad Media, la época de mayor oscurantismo que sufrió la humanidad, quince fueron los demonios que se encargaron de martirizar a la raza humana: Titivillus, responsable de la mala escritura y distracción. Allatou, ente femenino cuya misión fundamental era inducir  a realizar actos inmorales. Arioch, señor de la venganza. Agramon, infundía el miedo. Radna, esparcía la envidia y la avaricia. Balam, incitaba a la rebeldía. Dahaka, demonio del engaño y la mentira. Gresil, alentaba los actos impuros. Braathwaate, señor de la ignorancia. Bucon, amo del odio. Oiellet, tentaba con la riqueza. Rodmentor, confundía a los enamorados, trastocando sus sentimientos. Unza, personificación de la lujuria. Verrine, predicaba la impaciencia. Belfegor  inoculaba la pereza.
Los hombres medievales creían firmemente que todo lo que les ocurría era consecuencia del accionar de los demonios que los atormentaban; hoy en día, salvo contadas excepciones, la demonología no es una disciplina utilizada para justificar nuestros aciertos o errores. El hombre actual está consiente que los demonios juegan un papel importante en su vida pues viven dentro de nosotros mismos. Son producto de nuestras apetencias. Los demonios  de estos tiempos son definidos como sentimientos u obsesiones persistentes y torturadoras que nos acosan como individuos, pero que pueden considerarse como defectos u obsesiones propias de un grupo social.
Cada uno de nosotros tiene sus propios demonios. Cada uno de nosotros tiene su propio infierno en el que convivimos con los demonios de los celos, la ira, la envida, el deseo, el odio, la venganza, el miedo, la avaricia, el ego. Esos demonios son nuestra creación. Los hemos hecho. Nos pertenecen por derecho natural.
Si queremos aquilatar nuestro espíritu, purificar nuestra alma, debemos luchar con nuestros demonios, debemos exhorcizarlos, y para ello  tenemos que reconocerlos, identificarlos, calibrarlos a fin de determinar con exactitud su tamaño, su fortaleza, lo tan arraigado que están, sólo así podremos dejarlos salir, expulsarlos, vencerlos.
Todos estamos convocados a la última batalla. Todos tenemos la obligación de prepararnos para el encuentro final, ese que no podemos eludir, ese en el cual tendremos que rendir cuentas, pues los demonios, todos, los nuestros y los de la noche, del aire y de la tempestad, nos visitarán a la hora de la muerte.  EFO.