jueves, 8 de marzo de 2012




LA PUTA


Parada en la esquina, bamboleándose sobre las agujas de sus tacones, con la mirada puesta en la calzada, la mujer deja traslucir su inquietud. Ya es media noche, piensa, y apenas tengo para medio comer mañana, dice. Se despega del suelo y comienza a patrullar la acera, sin dejar de mirar la avenida que a esta hora luce desolada. Ni un cliente. Hace rato que no pasa carro alguno. El último que se detuvo, la desvistió con la mirada y a juzgar por lo violento de la arrancada, no le gustó lo que vio. Hace frío. El viento le muerde las piernas que  inútilmente la faldita trata de cubrir; desde que recuerde nunca han estado cubiertas. Siempre al aire, mostrando lo que  hay que ver y anunciando lo que se puede imaginar. Ni modo. Esto se acabó. Mañana será otro día. Bamboleándose sobre las agujas de sus tacones comienza a desandar el corto trecho que media entre el cuartico donde vive y la esquina donde trabaja. Lejanos están los días en que abandonó su casa tras los pasos de un hombre que le llenó la cabeza de promesas  y le encendió la piel a punta de besos. De eso apenas si queda un recuerdo vago. Un olor a colonia barata,el hastío de un tiempo igual y los  fantasmas del hambre y la necesidad circunválandola, acechándola. De su familia no sabe si aún existe. Padre nunca tuvo y a su madre sólo le agradece una caricia a desgano, de vez en cuando y un siempre escaso plato de comida. Para ella nunca hubo nada. Nada tuvo. Nada le dieron. La vida, me trajo hasta aquí, suele decir, para justificar lo que hace y sobre todo para justificar lo que deja de hacer. Es prisionera del cansancio de los días, de su falta de voluntad, de su pereza mental, de su abulia, de su carencia absoluta de aspiraciones de un mundo mejor, de una vida mejor. Hay noches en que piensa que pudo haber sido otra persona. Una igual a muchas de las que tropieza a diario. Se imagina con dos hijos, o mejor con tres, una hembra y dos varones. Un apartamento pequeño, pero confortable, un trabajo decente y un hombre bueno con quien armar un destino común. Pero eso son solo sueños. Y los sueños, sueños son. La realidad son noches de frío, días de hambre, de vez en cuando una sonrisa, un gesto amable, un guiño.Y siempre un peso distinto sobre sus caderas, moliéndole el cuerpo, llenándola de fastidio, saturándola de malos ratos, contagiándola de asco. Ella vive tras el muro que fabricó con los pocos pedazos que le fueron quedando de los ratos de felicidad que logró reunir. Su muro tiene doble pared, una es de rabia, de desencanto, de angustia, de soledad, de sueño y la otra es de trozos de asfalto, de chirridos de frenos, de carreras huyendo de la policía, de hoteles baratos, de sábanas sucias, de billetes arrugados. Ella es una amurada que se parapeta tras esas vallas esperando llegar, más temprano que tarde, a la Arcadia de sus sueños. EFO.

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