EL REGRESO
Marcando los pasos, contándolos empecé a regresar. Lo hago después de medio siglo. Si saber como, ni porqué me vi parado frente a la casa donde viví por mucho tiempo y al contemplar su fachada decidí que este viaje que hoy comienzo debo hacerlo en paralelo: en cuerpo y mente. Visito los lugares que desde siempre me fueron familiares pero que ya no son los mismos. Han cambiado a tal punto que me es imposible reconocerlos, por eso los evoco como eran. Camino por el barrio de mi infancia y juventud. Recorro sus calles, me detengo frente a sus casas, voy a los sitios en los que solía pasar un tiempo importante. Dejo que los recuerdos vengan solos, no fuerzo ninguno y siento el choque brutal entre lo que fue y lo que es. Todo cambió, nada es igual. Su gente no es su gente. Sus calles no son sus calles, su aire no es su aire, sus voces no son sus voces. Yo ya no soy yo.
El paisaje urbano, mi paisaje urbano se desdibujó. Ya nada de lo que existía está en pie, ni en la tierra, ni en mi mente. Quizás noto el cambio profundo porque la ausencia fue muy larga. No me di tiempo para una transición ordenada. No puede ver la evolución. No hubo gradualidad entre mi ayer y este presente que me avasalla. No me pude adaptar a la transformación porque no me permití intermedio solo pasado y presente, sin paso previo. El contraste es devastador. Todo mutó al punto que no hay una cosa, o persona que me sea familiar.
Asustado, dejo mi barrio. Mis pasos se vuelven ingrávidos, leves, sutiles. Ahora camino dentro de mi. Me visito. Me comparo. Y el resultado es el mismo: no me reconozco, no me encuentro, no se quien soy. ¿A donde fue el que antes me habitaba? No lo se. Siento que ya no está, que hace mucho tiempo se marchó con todo aquello que me pertenecía. Se llevó mi trencito gris, mi gato negro, mi bicicleta, Rin 24, (esa que tenía un letrero que hasta hace poco tiempo puede descifrar: The true temple steel bicycle), también a mi novia de mirada triste y gestos provocadores, a la dulce voz de mi madre, a las noches bordadas de luces que apresaba con un gesto de mi mano. Ya nada tengo. Todo lo perdí. Se lo tragó un agujero en el tiempo. Ese mismo agujero, que amenazante, se abre frente al presente que insiste en mantenerme aquí.
Ahora detengo mi andar. Ya no camino. Reposo. Poco a poco una laxitud se apodera de mi. Mis manos se entumecen, siento mis pies fríos. Mis ojos se cierran. Las palabras se niegan a salir. Ya no puedo oir.
Me dejo ir despacio, sin apuros, ayuno de urgencias, poco a poco, lentamente. Comienzo a regresar... a volver. EFO
Increíble... Muy identificada con una reciente experiencia que solo en sus palabras puedo expresar. Agradecida! Bambi*
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