sábado, 28 de diciembre de 2019



DE TERRORES Y OTRAS COSAS


Llegó la noche. Poblada de negruras, ahíta de temores. Preñada de presagios. Llena de cosas. Su llegada me tomó por sorpresa. En realidad la esperaba, pero no anticipe que lo haría tan de repente, tan sin darme cuenta. La noche es partera de miedos y de algo más. Con la noche vienen los espantos. Los espantos esperan a las mujeres para robarle el alma y a las hombres para llenarlos de angustia. Los espantos deambulan por  las sabanas, recorriendo sus caminos, descansando  en los matorrales, a la sombra de los árboles. Los espantos viven camuflados con la niebla de las montañas, habitando sus cuevas, poblando sus barrancos. Los espantos son espíritus malignos, encarnados en humanos de apariencia benigna. 
Cayó la tarde y con el ocaso salen los encantos. Los encantos son entes que seducen a hombres y mujeres, obligándolos a hacer su voluntad, amarrando sus acciones a sus deseos, esclavizándolos, poseyendo sus mentes, adueñándose de sus cuerpos, satisfaciendo sus pasiones. Los encantos son espíritus del agua. Moran en los ríos, bañándose en sus cauces, asoleándose en sus riveras. 
Cubiertos de oscuridad salen los muertos a recorrer caminos, a transitar calles, a esconderse en las esquinas. Los muertos son las alma de aquellos que una vez estuvieron vivos, pero que por su mal accionar en este mundo no consiguen paz en el otro. Los muertos son fantasmas, cuerpos intangibles que siempre tienen algo que pedir, una deuda por cobrar, una afrenta que reclamar. Los muertos salen de sus tumbas cuando nadie los ve.
Haciendo ruido, aullando, gritando, aparecen los monstruos. Los monstruos viven debajo de las camas de los niños, tras las puertas abiertas, dentro de los escaparates, en los baúles cerrados, en las gavetas de las chifoniers. Los monstruos tienen distinta forma. Son peludos, grasientos, gelatinosos, escamosos, de pies y manos deformes, de uñas largas y sucias, ojos saltones y nariz y boca prominentes. Los monstruos son feos.
Escondidos, inadvertidos los duendes ocupan el entramado de los pisos. Son seres traviesos, malvados que nos prometen riquezas a cambio de casi nada, pero en cada promesa esconden una acechanza, un ardid, una trampa. Los duendes cumplen deseos, satisfacen apetencias, hacen realidad las fantasías y en pago se llevan lo más preciado, lo más querido. Los duendes son pequeños, verdes, de cabello rojizo y ojos azules, de rostro grotesco y manos codiciosas.
La noche no es siempre lo que parece, deslumbra con su belleza y aterroriza con sus horrores.  EFO.




UN VIEJO AMOR...


Hay amores que se quedan estacionados en el tiempo. Detenidos en nuestro corazón. Quietos, silentes, mudos, pero vivos. Esos amores resucitan de vez en cuando, reaparecen buscando retomar su cauce, llenar un espacio, vivir otro tiempo.  Son amores que nunca quisimos abandonar o de los que nos despedimos en silencio, sin estridencias, sin querellas. Simplemente los dejamos ir, como quien despide a un viajero, a alguien a quien queremos mucho, pero que no podemos, o no debemos retener.
Esos amores están plagados de buenos recuerdos, de agradables añoranzas, de deseos insatisfechos, de mudos arrepentimientos. Algunas veces podemos revivirlos, retrotraerlos al presente, avivarlos, hacerlos renacer. Otras, simplemente es imposible volver a vivirlos. El tiempo agotó esa posibilidad.  Solo nos queda mirarlos desde lejos, acariciarlos con un pensamiento dulce, con un recuerdo grato.
A veces la vida nos da una segunda oportunidad y vemos reverdecer aquel sentimiento que creímos marchito. Por azar o convicción nos volvemos a juntar para empezar otra vez. En algunos casos, los más afortunados, ese nuevo comienzo es el definitivo, marcando una unión duradera. Pero no siempre la diosa fortuna se muestra benévola con nuestras apetencias, y la reconciliación se convierte en un nuevo adios, esta vez para siempre, pues la experiencia fallida nos indica que no es prudente consentir otro acercamiento. En otros no se da el reencuentro pues las circunstancias no lo permiten, frustrando así nuestros deseos. Construimos un sueño basado en nuestras suposiciones sin considerar la realidad  de aquel a quien añoramos. Damos por hecho que ese amor nos espera y que basta con desearlo para tenerlo nuevamente, pero en muchos casos el presente del otro supera nuestra imaginación. Y nos encontramos con una persona distinta a la que conocimos, que vive otro momento, quizás en otra compañía.
Hay otros amores que también  quedaron estacionados en el tiempo, pero no queremos revivirlos.  Esos amores nos causaron un gran dolor, nos llenaron de inquietud, nos hicieron daño. A algunos de ellos los añoramos con tristeza, a otros con rabia, con impotencia. A esos los miramos a la distancia, no dejamos que ocupen un espacio permanente en nuestra mente. Los mantenemos alejados de nuestros recuerdos, pues sabemos que acercarlos, es volver a sufrir, pues su cercanía nos lastimaría.
Los sabios, aquellos que nos iluminan con su conocimiento, nos dicen que a veces es mejor no remover el pasado, dejar las cosas como están, pero los inconformes, los que se rebelan en contra de los sabios nos piden que lo intentemos, una y otra vez, pues ... "un viejo amor, ni se olvida ni se deja, un viejo amor de nuestras almas si se aleja, pero nunca dice adios."  EFO.



martes, 24 de diciembre de 2019




PACTA SUNT SERVANDA
(Lo pactado obliga)


Se pacta cuando no hay otra salida. Cuando las vías se han  cerrado. Cuando la contienda parece no terminar. Cuando los combatientes están exhaustos, imposibilitados de seguir guerreando. Cuando ninguno de los bandos quiere seguir peleando. Cuando se acaban los argumentos a esgrimir, cuando ya no queda más nada que probar. Cuando eso pasa hay que pactar, acordar, convenir, concertar. Un pacto no es una derrota, es un común acuerdo en el que ambos resultan victoriosos. En los pactos ceden las dos partes. Cada una da lo que le corresponde, lo que puede dar sin perder. En los pactos todos renuncian a lo que esperaban ganar. Se trata de una retirada honrosa del campo de batalla, sin tener que recoger los muertos, perder el parque, arriar las banderas, cargar con la derrota. Un pacto no es una dimisión. Es entender que no es posible lograr todo lo aspirado y dar un paso atrás, replegándose a la espera de una mejor oportunidad, de un cambio en las condiciones, de nuevos vientos, de renovados bríos. Un pacto es, aunque a veces parece lo contrario, una forma de avanzar, pues implica la necesidad de explorar, de inventar, de buscar alternativas, nuevos caminos, otras vías, distintas maneras de lograr el objetivo que nos hemos trazado. En la vida hay que pactar, negociar, es la única forma de seguir viviendo.
Posponer no es perder, por el contrario, es empezar a ganar pues implica aventurarse de nuevo, volver a intentarlo, sólo que con otro método, en distinta oportunidad. Cuando posponemos algo estamos aceptando que en ese momento no es posible ganar, pues las oportunidades de perder son muchas, y superan con creces a las de ganar.
El pacto más importante, el que mejores frutos rinde, el que nos ayuda a avanzar, es el que hacemos con nosotros mismos. En el analizamos todas las opciones que tenemos frente a los avatares de la vida. Lo hacemos sin guardar secretos, sin escamotear realidades, sin ocultar nada, pues no tenemos nada que ocultar ya que nos conocemos lo  suficiente como para no tolerar nuestras propias mentiras. Una vez sincerados, comenzamos a negociar. Lo pedimos todo y poco a poco empezamos a ceder, a consensuar, a admitir lo que no podemos lograr y a conformarnos con lo que tenemos y podemos conseguir. Agotadas las posibilidades enfrentamos la realidad de lo que somos y es entonces cuando estamos listos para firmarlo. Ese pacto debe convertirnos en mejores personas, en seres más tolerables, en individuos centrados, en lo que siempre debimos ser: nosotros mismos.  EFO.

martes, 3 de diciembre de 2019





EL MUNDO DE PAU II



Ya Pau va a la escuela. Bueno, a la escuela, escuela, no, en realidad va a un maternal donde juega, aprende pautas de comportamiento, rellena figuras de manzana pegándole trocitos de papel rojo, abraza peluches y comparte lágrimas, sustos y la nostalgia de su casa con un grupo de niños maternales que lloran, moquean y se aferran a la puerta cuando sus padres los dejan perdidos en la inmensidad del salón de clases. Al principio asistía, entre sorprendida y extrañada, a ese diario espectáculo que se desarrollaba en vivo frente a sus incrédulos ojos. En su momento se sumó al coro de suplicantes, pero muy pronto dejó de prestarles atención y se dedicó a lo suyo: socializar, jugar y pasarla bien. Se ve muy coqueta con su uniforme, morralito, lunchera y  unos zapatitos blancos de gimnasia que se trenzan en un lacito alrededor de su talón.
Poco a poco ha ido descubriendo cosas nuevas. Hilvana frases cortas y asocia ideas. Sabe como se llama  y aunque cueste creerlo conoce los colores por su nombre en inglés y los números del uno al diez. Cuando algo no le gusta y sus mayores insisten en imponérselo frunce el entrecejo, gesto que acompaña de un rotundo: no, no, no. Tiene una casi perfecta coordinación de sus movimientos, camina de puntillas y utiliza la risa y el llanto para expresar alegría, tristeza y rebeldía. Si una situación la apena esconde la carita tras la cortina de su pollina, que le baja copiosa por la frente. Aprendió a comer con cucharilla y tenedor y los usa con cierta destreza. Sube y baja escaleras. Le gustan los secretos y se queda quietecita, escuchando con atención, cuando alguien le susurra algo al oído. Ya asumió el control total sobre su gato, a quien regaña, llama, persigue y hala los bigotes. El no le hace caso. La mira con esa mirada displicente con que los gatos muestran su apatía por cosas y personas, pero de vez en cuando, para hacerle creer que lo manda, se le acerca remolón y deja que lo acaricie. 
Pese a las protestas de mamá, cuya prohibición burla en las rodillas de su abuelo, se declaró  fanática de las comiquitas por televisión e internet extasiándose en la contemplación de Peppa, Pinocho, La Mariposita, Chumba la Cahumba, El Caballo Verde, La Muñeca vestida de azul y su favorita, la Vaca Lola.
Pau tiene un columpio en el que emprende raudo vuelo, en un ir y venir de fantasía, entornando los ojitos, prisionera de su sillín, es dueña de un cuarto atiborrado de juguetes, de dos tías que enloquecen cada vez que la tienen cerca, de cuatro abuelitos (dos en Anaco y dos en Caracas) a los cuales tiene chochos  y de un tío que la carga y la carga, la abraza y la abraza y no deja de cargarla, ni de abrazarla. Le gustan los cumpleaños, los propios y los ajenos, porque come torta y quesillo (quesito dice ella) alcahueteada por su abuela y puede apagar, una y otra vez, las velitas, impidiendo que el agasajado cumpla con su obligación de hacerlo. Este año, pasmada de asombro, maravillada ante el mundo de luces, muñecos y figuritas de distinto tamaño y forma que tenía ante si, Paú conoció la Navidad. Quería tocarlo todo. Fascinada miraba una y otra vez los arbolitos, el tren, el nacimiento y asomaba su cabecita por las ventanas de las casitas donde San Nicolás preparaba  pizza y una señora le cortaba el cabello a otra. No se movía, solo contemplaba aquel universo multicolor que se abría frente a ella, al fin optó por refugiarse en los brazos de un sinfin de muñecos que la esperaban impacientes al final de la sala.  Paú tumbó segunda piñata, lo que quiere decir que ya es una niña grande, no tan grande, pero si un poquito más, sólo un poquito.
Pau tiene su mundo y yo tengo mi mundo en Pau... EFO.