PACTA SUNT SERVANDA
(Lo pactado obliga)
Se pacta cuando no hay otra salida. Cuando las vías se han cerrado. Cuando la contienda parece no terminar. Cuando los combatientes están exhaustos, imposibilitados de seguir guerreando. Cuando ninguno de los bandos quiere seguir peleando. Cuando se acaban los argumentos a esgrimir, cuando ya no queda más nada que probar. Cuando eso pasa hay que pactar, acordar, convenir, concertar. Un pacto no es una derrota, es un común acuerdo en el que ambos resultan victoriosos. En los pactos ceden las dos partes. Cada una da lo que le corresponde, lo que puede dar sin perder. En los pactos todos renuncian a lo que esperaban ganar. Se trata de una retirada honrosa del campo de batalla, sin tener que recoger los muertos, perder el parque, arriar las banderas, cargar con la derrota. Un pacto no es una dimisión. Es entender que no es posible lograr todo lo aspirado y dar un paso atrás, replegándose a la espera de una mejor oportunidad, de un cambio en las condiciones, de nuevos vientos, de renovados bríos. Un pacto es, aunque a veces parece lo contrario, una forma de avanzar, pues implica la necesidad de explorar, de inventar, de buscar alternativas, nuevos caminos, otras vías, distintas maneras de lograr el objetivo que nos hemos trazado. En la vida hay que pactar, negociar, es la única forma de seguir viviendo.
Posponer no es perder, por el contrario, es empezar a ganar pues implica aventurarse de nuevo, volver a intentarlo, sólo que con otro método, en distinta oportunidad. Cuando posponemos algo estamos aceptando que en ese momento no es posible ganar, pues las oportunidades de perder son muchas, y superan con creces a las de ganar.
El pacto más importante, el que mejores frutos rinde, el que nos ayuda a avanzar, es el que hacemos con nosotros mismos. En el analizamos todas las opciones que tenemos frente a los avatares de la vida. Lo hacemos sin guardar secretos, sin escamotear realidades, sin ocultar nada, pues no tenemos nada que ocultar ya que nos conocemos lo suficiente como para no tolerar nuestras propias mentiras. Una vez sincerados, comenzamos a negociar. Lo pedimos todo y poco a poco empezamos a ceder, a consensuar, a admitir lo que no podemos lograr y a conformarnos con lo que tenemos y podemos conseguir. Agotadas las posibilidades enfrentamos la realidad de lo que somos y es entonces cuando estamos listos para firmarlo. Ese pacto debe convertirnos en mejores personas, en seres más tolerables, en individuos centrados, en lo que siempre debimos ser: nosotros mismos. EFO.
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