martes, 12 de febrero de 2013





EL MIEDOSO



Colgado al gancho de su duda se balancea entre uno y otro extremo, entre una y otra opción sin atreverse a tomar partido, a adoptar una decisión. Pacientemente sopesa los elementos del dilema que lo ocupa. Pero por más que piensa y repiensa no decide. Algo lo paraliza, y no sabe que. Pero sea lo que sea luce difícil de superar El no lo ve, pero siente que lo cerca, sabe que está allí, no fuera sino dentro. Inmóvil, parado frente a ese obstáculo, a ese muro que se levanta infranqueable deja gotear las horas. Y en eso lleva toda una vida. Siempre ha sido así, desde que se reconoce, la indecisión ha constreñido su actuar. Ese muro que lo limita, no tiene apariencia física alguna, pero se puede sentir. Ese muro tiene nombre: Se llama miedo. Y el miedo, señor de la duda, capitán de la angustia habita los espacios de la mente, pero recorre el cuerpo erizándolo, tensándolo, preparándolo para un enfrentamiento que se vaticina inaplazable.El miedo sale por sus poros, cabalga por su piel, dejando escapar su olor que aturde. El miedo se para frente a él cerrándole el paso, impidiéndole andar. El Miedo frena su lengua, desorbita sus ojos, reumatiza sus manos, entorpece su razón. El miedo es su muro. Y el lo percibe como algo sinuoso, escurridizo, baboso, resbaloso, esquivo. Su miedo es mimético, adopta la forma que considera adecuada en los momentos que estima oportunos. Es una estructura maleable, que se adapta a todas las situaciones. Es selectivo pues contiene solo lo que considera importante, pero somete todo a su escrutinio, incluyendo lo que aparentemente luzca banal. Su muro decide que filtra y que no. Sin embargo pese a ser omnipresente hay momentos en que pareciera que desaparece, que se disuelve, que deja de estar. Pero sus ausencias son fugaces. Cuando quiere retoma el control, ocupa los espacios aparentemente cedidos, vuelve a presentarse. Se escurre por los resquicios de los pensamientos para dominarlos. Es como si tuviera vida propia. Algunas veces lo siente como algo real y otras le luce imaginario. Es como un sentimiento de peligro, como una advertencia de que algo terrible va a suceder.
Hubo un tiempo en que se supo fuerte y pensó que podía derribarlo. Con esmero se preparó para ello. Reforzó su voluntad. Minó todos y cada uno de los puntos de la valla que le parecieron vulnerables. Esperó el momento que juzgó oportuno y se lanzó al ataque. Pero el muro estaba preparado. Lo esperaba. Conocía sus intenciones. Había descifrado su estrategia y con pasmosa naturalidad lo repelió. El no se dio por vencido y volvió a intentarlo. Esta vez buscó apoyo. Con ayuda organizó sus ideas, identificó la esencia de sus temores. Con meticulosidad de orfebre elaboró una estrategia, un plan. Pero el resultado fue el mismo. El muro reforzó sus defensas, retomó la ofensiva, resistió el asedio y lo derrotó. Cansado de una lucha frontal y sistemática ahora ensaya otros métodos, realiza ataques relámpagos contra la estructura. Cuando lo siente desprevenido arremete con fuerza, se arma de valor, se atreve a salir, decide, hace caso omiso a sus temores. El muro acusa los golpes y responde con fiereza. El desafío se mantiene. Ninguno de los abandona sus posiciones. El muro en alerta y él al acecho. Lo observa con atención. Lo detalla buscando una grieta, un punto débil por donde iniciar un nuevo ataque. El lo conoce. Lo conoce muy bien porque el mismo lo levantó. Lo edificó palmo a palmo. Lo alimentó. El muro es su creación. Lo hizo para protegerse. Para guarecerse dentro. Para sentirse seguro. Ese muro lo mantiene a salvo de un entorno que le parece hostil. Su miedo lo alerta. Lo obliga a escapar, a esconderse, a evadir, le sirve de justificación, de escudo. Lo cuida de si mismo, de sus desvaríos, pero al mismo tiempo, por ser un mecanismo complejo, lo hizo su prisionero. Por eso siente que su miedo se ha convertido en una carga. En una lápida que lo cubre, que lo avasalla, que no lo deja mostrarse. Que le pone límites a sus ansias, que cercena sus apetencias. Incapaz de poder controlarlo, al no saber como dominarlo pretende negarlo, destruirlo, derribarlo. Pero va perdiendo la guerra, pese a ganar algunas batallas. Su adversario ha crecido mucho. Se ha fortalecido, Como un tumor maligno ha hecho metástasis en todo su cuerpo. Ha invadido todos sus espacios, se ha adueñado de él.

El muro se empina hacia arriba, se hunde hacia abajo, se ensancha, se engrosa y ante ese avasallamiento a veces le resulta imposible oponerse, luchar contra esa sensación de angustia que lo posesiona. Resignado se repliega sobre si mismo, se encoje. Obligado a aceptar su condición se refugia en su muro. Se amura. Entiende que es incapaz de atar el demonio del miedo que lo habita, de doblegar esa fuerza que el mismo desató. Se hizo amurado. Se sabe amurado. Se reconoce como tal aunque en algún momento se niegue a serlo. EFO.








EL IRACUNDO


                                                                                                  
Como si obedeciera al influjo de un conjuro, la fuerza va tomando cuerpo. Comienza con una leve agitación para paulatinamente convertirse en torbellino de destructora potencia. Sus ojos se dilatan, sus venas se tensan, sus manos se crispan y una furia incontenible lo va poseyendo, abrasando, dominado. Ahora es Amón, Marqués del infierno, señor de 40 legiones, lobo con cola de serpiente que arroja fuego, hombre con cabeza de cuervo y dientes de perro, quien deja escapar la ira que lo posee. Incapaz de detenerla se somete a su voluntad permite que lo desborde hasta que alcanza su clímax para luego perder potencia, debilitarse y poco a poco consumirse, apagarse, desaparecer. Nunca ha podido poner freno a esa pasión. Todos sus esfuerzos por evitarla, han resultado vanos, todos, absolutamente todos se han estrellado contra esa barrera. La ira lo toma por sorpresa, lo asalta. Es como si fuera una animal que lo acechará permanentemente, que estuviera presto a aparecer, sin previo aviso, de repente. Y cuando eso sucede no puede sustraerse a esa fuerza demoníaca, que lo arrastra envileciéndolo. Como un río de lava corre a lo largo de su cuerpo, se filtra a su alma, se adentra en su mente destruyendo todo a su paso, ennegreciendo la ruta que transita. Desde pequeño ha sentido la ira enseñorearse en su voluntad, pero nunca ha podido domarla, es incapaz de frenar ese deseo de destruir. Ira y arrepentimiento viajan juntos. Son hermanos. La primera da paso al otro. Cuando la ira ha alcanzado el cenit, cuando ya no queda nada que destruir aparece el arrepentimiento. Primero se asoma sorprendido de lo que ve. Contempla la destrucción que lo rodea y después ocupa el espacio cedido. El arrepentimiento es como un retroceso. Como un dolor por lo cometido. Pero el arrepentimiento no es reparador, no sana, no enmienda lo hecho. El arrepentimiento es engañoso, tramposo. Da la sensación de que todo está bien, que basta con ocupar los espacios arrasados por la ira. Nada más falso. Se trata de una máscara, de un subterfugio. Es un engaño. Pareciera que la aparición del arrepentimiento marcara la muerte de la ira. Pero no es así, la ira, fuente de la violencia desatada, no ha sido vencida se repliega cuando no encuentra nada más que destruir, o sencillamente porque las causas que le dan origen desparecen, o porque un gesto, un aviso de alerta, una señal de sumisión la desinfla. La ira se va, está en retirada, pero no vencida y cuando esto sucede Amón ocupa su trono, satisfecho, ahíto. Entra en reposo, está en suspenso, pero acechante, esperando que se abra de nuevo la espita, para volver por sus fueros, para convertirse en ardiente furia, en incontrolable fenómeno. Amón, Marqués del Infierno, se complace en sus dominios. Pasa revista a su ejército de demonios. Sopesa sus fuerzas. Prepara un nuevo ataque. Mientras tanto él poco a poco se va calmando, sus pupilas se achican, sus músculos se relajan, sus venas se distienden. El es capaz de reconocer el diablo que lo posee. De lo que no es capaz es de identificar las causas que lo despiertan. De tanto pensarlo ha logrado aislar algunas, pero todas son circunstanciales, ninguna definitiva. Una frase, una mirada, un gesto, una negativa, un si rotundo, cualquier cosa es suficiente para desatar el huracán. No hay una sola razón, son miles. Y a fuerza de sin razones la ira ha levantado un muro entre sus deseos, preñados de buenas intenciones, y su incapacidad para dominar el monstruo que lo habita. Ese muro tiene forma, es una valla gruesa pero no sólida. Está hecho de un material que no fragua nunca, un material consistente, denso, pesado, pero no duro. Su muro está conformado por un sentimiento no controlado de odio, de enfado, de rabia contenida, de negación de la verdad. Su muro se levantó sobre un incontrolable deseo de venganza, sobre una negación de la justicia, sobre un gran resentimiento. Su muro tiene color, en la base es amarillo intenso, en el centro, casi anaranjado, y en la cúspide rojo granate. En el se reflejan los tonos del fuego, lo cambiante de su forma, lo intenso de su calor. Sus sueños, sus ansias, sus amores están obligados a convivir tras ese muro junto con su ira, hermanados, como si fuesen una misma cosa. Pero muro adentro, lejos del calor que este irradia, mora su ángel bueno que de vez en cuando se impone sobre el oscuro, dando la impresión que lo venciera, que lo sometiera. Pero ese ángel todavía no tiene la fuerza ni la consistencia necesaria para traspasar el muro, ni siquiera para rebasarlo o rodearlo. Su ángel bueno todavía habita en los terrenos de los deseos, de los sueños. Sin embargo el mantiene la esperanza, alimenta la ilusión, confía en que alguna vez reunirá las fuerzas necesarias para dar el salto, plantear la gran batalla y liberarse. Pero por los momentos es un prisionero tras el muro, obligado a vivir ahí. El es un amurado, uno de aquellos, que no eligió serlo. Su condición le fue impuesta no sabe si por un Díos o por un demonio, pero sea como sea vive, vivirá y quizás, solo quizás, morirá amurado. EFO 






EL AUTISTA



El está casi seguro, aunque no pueda afirmarlo con certeza, que nació en ese muro, pues desde que recuerda ha vivido allí. Siempre ha sido su hogar, su único albergue. Sabe, porque los ve, que fuera de ese muro coexisten una variedad infinita de personas, animales y objetos, con los que se relaciona, pero que le son indiferentes, pues no los entiende del todo. El siente al muro como algo invisible que lo rodea, que no puede traspasar, que le impide comunicarse plenamente con la realidad que lo circunda. El muro, su muro, por momentos es algo blando, gelatinoso, pasteloso, pegajoso, que lo traga, lo aprisiona, lo enreda, haciéndole sentir como si estuviera metido dentro de una pelota de chicle, imposible de soltarse; pero también, por momentos, suele ser duro, macizo, compacto. Otras veces es transitable, se puede caminar dentro de él. Algunas, acuoso, hay que nadar para avanzar. En algún instante pareciera que desaparece, permitiéndole volar, flotar, sentirse libre. Pero eso es muy raro. Por lo general siempre separa, no favorece el contacto, aísla. Mantiene los deseos afuera. Es algo de lo cual es difícil zafarse, porque amarra, ata, maniata, y por más que se luche nunca se puede salir de su maraña, escapar de su red.Este muro no tiene forma definida. No es alto, no es bajo, no es ancho, no es delgado. No es largo. No es corto. No está constituido por nada consistente, tocable, palpable, mordible, pateable, golpeable. No es sólido. No es blando. No es liso. No es rugoso. No es algodonoso. No tiene forma. No tiene olor. No tiene sabor. No tiene color. En el no viven animales, no hay hongos ni matas que crezcan, no tiene ranuras, fisuras ni deformidades, no es húmedo, tampoco seco. No es frío. No es cálido. No es arenoso. No es pétreo. Es un muro indefinible, intangible, difuso, pero no por ello menos real. Está allí, él no sabe si dentro o fuera de él, pero está seguro que existe, pues lo siente. Siempre lo ha sentido, toda la vida, desde que nació, pero nunca ha intentado abandonarlo. Piensa que si lo intenta no podrá hacerlo, pues el muro pareciera que viniera de él mismo, desde adentro, desde muy adentro, desde lo más profundo. El muro lo separa de sus iguales. Le impide establecer una verdadera y afectiva relación con seres semejantes, lo que lo obliga a no ampliar el círculo de sus allegados pues necesita mantener su entorno estable, controlable, accesible; mientras menos sean, más seguro se sentirá. Es por eso que evita la mirada de extraños. No es capaz de sostenerla, le resulta incomodo hacerlo. El no puede comunicarse con la gente porque no reconoce el tono de la voz. No sabe cuando lo regañan o cuando lo miman. No entiende de matices. Es incapaz de descifrar las expresiones de las caras. De leer en los rostros la rabia, la alegría o la tristeza. Cada vez que intenta hacerlo el muro se lo impide. El muro se traga la empatía, no deja que se establezca. El muro lo relega a su condición de solitario. El vive aislado del mundo que lo rodea, lo reconoce pero no le interesa. Le resulta casi imposible iniciar y mantener un diálogo, pues ello supone una ardua tarea ya que su lenguaje es estereotipado, repetitivo, siempre dice las mismas cosas, no coordina repuestas acertadas. Muchos piensan, los que no lo conocen, que es parco, huraño, antipático, pero no es así, simplemente su personalidad tiene un repliegue patológico sobre si misma. El sufre un desorden del cerebro que deteriora su comunicación e interacción social, ocasionado su comportamiento restringido. Pero no siempre es pasivo. No siempre es tranquilo. Cuando lucha con el muro interior que lo constriñe, se vuelve agresivo, auto destructivo, golpea su cabeza contra las paredes, como queriendo abrirla para dejar escapar aquello que lo aprisiona, eso que desconoce, pero que el siente que vive dentro de si. Se araña la cara, retuerce sus manos, se muerde los dedos, crispa los puños, grita con furia. En esos momentos la angustia se convierte en desesperación y cuando pareciera que ya no pudiera aguantar más sobreviene la calma. Es una laxitud, un sopor grueso que lo invade. Que comienza por los pies y lentamente escala su cuerpo, hasta llegar a la ciudadela de su cabeza, donde viven sus dueños, sus amos, donde gobierna el muro, donde todo pasa. Y lentamente, poco a poco, ellos toman el control y él vuelve a ser estable, sereno, calmo. Ahora es nuevamente la indiferencia la que manda. Nada importa. Retorna a sus ritos, a sus rutinas habituales, a su manera de ser. Se repliega dentro de si mismo. Se protege con su armadura. Se tapa con su manto. Se hace impenetrable. Se adentra en las profundidades del muro que lo posee. Desciende hasta lo abisal. Se mece en la tela de araña en que vive. Y allí se reencuentra con su propio yo. Se abraza a su muro. A ese mismo muro que lo aísla del exterior, que lo cubre, que lo sepulta, que lo ahoga. El es un amurado de conciencia. Nació amurado. Vive amurado y morirá amurado. EFO.







LA LLUVIA


En las noches, cuando el frío se nos pega a la ropa, se encarama sobre el pelo y nos lija la cara, la lluvia llora. ¿Has oído llorar a la lluvia? ¿Has visto como sus lágrimas lamen los cristales en las casas vacías? Su llanto tiene mucho de lamento. Cuando llora con fuerza, casi a gritos, es como si quisiera lavar una vieja pena. Cuando lo hace despacito, dejando caer las gotas como con miedo, pareciera que deseara quitarse un peso de encima. El llanto de la lluvia no siempre es estridente. A veces es callado, como un sollozo ahogado, tapado con un manto. Cuando llora así las gotas caen una por una, como si las contara. Pero eso no pasa siempre. Sucede algunas veces. Cuando la lluvia llora despacito deja cabalgar sus dolores sobre campos de nubes. Cuando la lluvia llora a gritos, pareciera que se abrieran las compuertas del cielo porque las gotas se convierten en cortinas de agua que caen con violencia, estallando en el suelo, partiéndose en mil pedazos. Este llanto, es doloroso, desgarrador, asusta a las mujeres, aterroriza a los niños, mete miedo en los hombres. Cuando la lluvia llora de mañana su llanto es triste. Cae a pedazos, quitándole el polvo a las estatuas, empapando las calles, molestando a los transeúntes. Cuando la lluvia llora de tarde resbala sobre los rostros, se amanceba con el polvo de los caminos, se mete por las rendijas de las puertas.Cuando la lluvia llora de noche pinta con hilos de plata sobre el oscuro lienzo del firmamento, despierta a las musas, recitando versos sobre amores imposibles.
La lluvia es la más vieja de todas las plañideras. Ha llorado desde siempre en todos los cementerios. Ha cubierto con su velo de agua los campos de guerra. Ha acompañado con su rítmico caer los ayes de dolor en todos los hospitales. La lluvia es la más joven de todas las aguas. Ha mojado todas las cabezas ofreciendo vida eterna. Ha bañado todos los cuerpos, lavándolos de pecado. Ha violado todas las oquedades, descubriendo secretos. 
La lluvia se mece en los brazos del viento. Se deja arrastrar por el. Es esclava de sus vendavales y juguete de sus brisas. La lluvia es altiva Diosa que se solaza en las danzas que los hombres bailan, para hacerla bajar, cuando la calina arrasa los sembradíos. La lluvia es compañera inseparable de los enamorados que caminan apretando sus manos y conteniendo un suspiro. La lluvia detiene el tráfico en las ciudades, demorando los tiempos, exasperando a los viajeros. La lluvia es partera de charcos en los que naufragan los zapatos y se embarran los pies. La lluvia es gemebunda compañera de los lobos solitarios que aúllan al viento sus penas. La lluvia no tiene cara, pero tiene boca que grita. No tiene piernas, pero camina muy rápido. No tiene manos, pero toca todo. La lluvia se ve y se siente, pero no tiene olor, ni sabor. La lluvia es manto alado que cae desde arriba, para luego reptar por el suelo. La lluvia es una capa fina, ancha, larga, que cubre todo. La lluvia es un velo que nos tapa, nublando la visión, distorsionando la realidad. La lluvia es violadora impenitente de todos los espacios. Entra sin pedir permiso. Se queda el tiempo que quiere, sin anunciar cuando será su partida. La lluvia no cumple horario. La lluvia no tiene fecha. Solo los ilusos pretenden adivinar su llegada. Solo los necios vaticinan su presencia. Pero solo los puros son capaces de sentirla venir. EFO.