EL AUTISTA
El está casi seguro, aunque no pueda afirmarlo con certeza, que nació en ese muro, pues desde que recuerda ha vivido allí. Siempre ha sido su hogar, su único albergue. Sabe, porque los ve, que fuera de ese muro coexisten una variedad infinita de personas, animales y objetos, con los que se relaciona, pero que le son indiferentes, pues no los entiende del todo. El siente al muro como algo invisible que lo rodea, que no puede traspasar, que le impide comunicarse plenamente con la realidad que lo circunda. El muro, su muro, por momentos es algo blando, gelatinoso, pasteloso, pegajoso, que lo traga, lo aprisiona, lo enreda, haciéndole sentir como si estuviera metido dentro de una pelota de chicle, imposible de soltarse; pero también, por momentos, suele ser duro, macizo, compacto. Otras veces es transitable, se puede caminar dentro de él. Algunas, acuoso, hay que nadar para avanzar. En algún instante pareciera que desaparece, permitiéndole volar, flotar, sentirse libre. Pero eso es muy raro. Por lo general siempre separa, no favorece el contacto, aísla. Mantiene los deseos afuera. Es algo de lo cual es difícil zafarse, porque amarra, ata, maniata, y por más que se luche nunca se puede salir de su maraña, escapar de su red.Este muro no tiene forma definida. No es alto, no es bajo, no es ancho, no es delgado. No es largo. No es corto. No está constituido por nada consistente, tocable, palpable, mordible, pateable, golpeable. No es sólido. No es blando. No es liso. No es rugoso. No es algodonoso. No tiene forma. No tiene olor. No tiene sabor. No tiene color. En el no viven animales, no hay hongos ni matas que crezcan, no tiene ranuras, fisuras ni deformidades, no es húmedo, tampoco seco. No es frío. No es cálido. No es arenoso. No es pétreo. Es un muro indefinible, intangible, difuso, pero no por ello menos real. Está allí, él no sabe si dentro o fuera de él, pero está seguro que existe, pues lo siente. Siempre lo ha sentido, toda la vida, desde que nació, pero nunca ha intentado abandonarlo. Piensa que si lo intenta no podrá hacerlo, pues el muro pareciera que viniera de él mismo, desde adentro, desde muy adentro, desde lo más profundo. El muro lo separa de sus iguales. Le impide establecer una verdadera y afectiva relación con seres semejantes, lo que lo obliga a no ampliar el círculo de sus allegados pues necesita mantener su entorno estable, controlable, accesible; mientras menos sean, más seguro se sentirá. Es por eso que evita la mirada de extraños. No es capaz de sostenerla, le resulta incomodo hacerlo. El no puede comunicarse con la gente porque no reconoce el tono de la voz. No sabe cuando lo regañan o cuando lo miman. No entiende de matices. Es incapaz de descifrar las expresiones de las caras. De leer en los rostros la rabia, la alegría o la tristeza. Cada vez que intenta hacerlo el muro se lo impide. El muro se traga la empatía, no deja que se establezca. El muro lo relega a su condición de solitario. El vive aislado del mundo que lo rodea, lo reconoce pero no le interesa. Le resulta casi imposible iniciar y mantener un diálogo, pues ello supone una ardua tarea ya que su lenguaje es estereotipado, repetitivo, siempre dice las mismas cosas, no coordina repuestas acertadas. Muchos piensan, los que no lo conocen, que es parco, huraño, antipático, pero no es así, simplemente su personalidad tiene un repliegue patológico sobre si misma. El sufre un desorden del cerebro que deteriora su comunicación e interacción social, ocasionado su comportamiento restringido. Pero no siempre es pasivo. No siempre es tranquilo. Cuando lucha con el muro interior que lo constriñe, se vuelve agresivo, auto destructivo, golpea su cabeza contra las paredes, como queriendo abrirla para dejar escapar aquello que lo aprisiona, eso que desconoce, pero que el siente que vive dentro de si. Se araña la cara, retuerce sus manos, se muerde los dedos, crispa los puños, grita con furia. En esos momentos la angustia se convierte en desesperación y cuando pareciera que ya no pudiera aguantar más sobreviene la calma. Es una laxitud, un sopor grueso que lo invade. Que comienza por los pies y lentamente escala su cuerpo, hasta llegar a la ciudadela de su cabeza, donde viven sus dueños, sus amos, donde gobierna el muro, donde todo pasa. Y lentamente, poco a poco, ellos toman el control y él vuelve a ser estable, sereno, calmo. Ahora es nuevamente la indiferencia la que manda. Nada importa. Retorna a sus ritos, a sus rutinas habituales, a su manera de ser. Se repliega dentro de si mismo. Se protege con su armadura. Se tapa con su manto. Se hace impenetrable. Se adentra en las profundidades del muro que lo posee. Desciende hasta lo abisal. Se mece en la tela de araña en que vive. Y allí se reencuentra con su propio yo. Se abraza a su muro. A ese mismo muro que lo aísla del exterior, que lo cubre, que lo sepulta, que lo ahoga. El es un amurado de conciencia. Nació amurado. Vive amurado y morirá amurado. EFO.
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