Colgado al gancho de su duda se balancea entre uno y otro extremo, entre una y otra opción sin atreverse a tomar partido, a adoptar una decisión. Pacientemente sopesa los elementos del dilema que lo ocupa. Pero por más que piensa y repiensa no decide. Algo lo paraliza, y no sabe que. Pero sea lo que sea luce difícil de superar El no lo ve, pero siente que lo cerca, sabe que está allí, no fuera sino dentro. Inmóvil, parado frente a ese obstáculo, a ese muro que se levanta infranqueable deja gotear las horas. Y en eso lleva toda una vida. Siempre ha sido así, desde que se reconoce, la indecisión ha constreñido su actuar. Ese muro que lo limita, no tiene apariencia física alguna, pero se puede sentir. Ese muro tiene nombre: Se llama miedo. Y el miedo, señor de la duda, capitán de la angustia habita los espacios de la mente, pero recorre el cuerpo erizándolo, tensándolo, preparándolo para un enfrentamiento que se vaticina inaplazable.El miedo sale por sus poros, cabalga por su piel, dejando escapar su olor que aturde. El miedo se para frente a él cerrándole el paso, impidiéndole andar. El Miedo frena su lengua, desorbita sus ojos, reumatiza sus manos, entorpece su razón. El miedo es su muro. Y el lo percibe como algo sinuoso, escurridizo, baboso, resbaloso, esquivo. Su miedo es mimético, adopta la forma que considera adecuada en los momentos que estima oportunos. Es una estructura maleable, que se adapta a todas las situaciones. Es selectivo pues contiene solo lo que considera importante, pero somete todo a su escrutinio, incluyendo lo que aparentemente luzca banal. Su muro decide que filtra y que no. Sin embargo pese a ser omnipresente hay momentos en que pareciera que desaparece, que se disuelve, que deja de estar. Pero sus ausencias son fugaces. Cuando quiere retoma el control, ocupa los espacios aparentemente cedidos, vuelve a presentarse. Se escurre por los resquicios de los pensamientos para dominarlos. Es como si tuviera vida propia. Algunas veces lo siente como algo real y otras le luce imaginario. Es como un sentimiento de peligro, como una advertencia de que algo terrible va a suceder.
Hubo un tiempo en que se supo fuerte y pensó que podía derribarlo. Con esmero se preparó para ello. Reforzó su voluntad. Minó todos y cada uno de los puntos de la valla que le parecieron vulnerables. Esperó el momento que juzgó oportuno y se lanzó al ataque. Pero el muro estaba preparado. Lo esperaba. Conocía sus intenciones. Había descifrado su estrategia y con pasmosa naturalidad lo repelió. El no se dio por vencido y volvió a intentarlo. Esta vez buscó apoyo. Con ayuda organizó sus ideas, identificó la esencia de sus temores. Con meticulosidad de orfebre elaboró una estrategia, un plan. Pero el resultado fue el mismo. El muro reforzó sus defensas, retomó la ofensiva, resistió el asedio y lo derrotó. Cansado de una lucha frontal y sistemática ahora ensaya otros métodos, realiza ataques relámpagos contra la estructura. Cuando lo siente desprevenido arremete con fuerza, se arma de valor, se atreve a salir, decide, hace caso omiso a sus temores. El muro acusa los golpes y responde con fiereza. El desafío se mantiene. Ninguno de los abandona sus posiciones. El muro en alerta y él al acecho. Lo observa con atención. Lo detalla buscando una grieta, un punto débil por donde iniciar un nuevo ataque. El lo conoce. Lo conoce muy bien porque el mismo lo levantó. Lo edificó palmo a palmo. Lo alimentó. El muro es su creación. Lo hizo para protegerse. Para guarecerse dentro. Para sentirse seguro. Ese muro lo mantiene a salvo de un entorno que le parece hostil. Su miedo lo alerta. Lo obliga a escapar, a esconderse, a evadir, le sirve de justificación, de escudo. Lo cuida de si mismo, de sus desvaríos, pero al mismo tiempo, por ser un mecanismo complejo, lo hizo su prisionero. Por eso siente que su miedo se ha convertido en una carga. En una lápida que lo cubre, que lo avasalla, que no lo deja mostrarse. Que le pone límites a sus ansias, que cercena sus apetencias. Incapaz de poder controlarlo, al no saber como dominarlo pretende negarlo, destruirlo, derribarlo. Pero va perdiendo la guerra, pese a ganar algunas batallas. Su adversario ha crecido mucho. Se ha fortalecido, Como un tumor maligno ha hecho metástasis en todo su cuerpo. Ha invadido todos sus espacios, se ha adueñado de él.
El muro se empina hacia arriba, se hunde hacia abajo, se ensancha, se engrosa y ante ese avasallamiento a veces le resulta imposible oponerse, luchar contra esa sensación de angustia que lo posesiona. Resignado se repliega sobre si mismo, se encoje. Obligado a aceptar su condición se refugia en su muro. Se amura. Entiende que es incapaz de atar el demonio del miedo que lo habita, de doblegar esa fuerza que el mismo desató. Se hizo amurado. Se sabe amurado. Se reconoce como tal aunque en algún momento se niegue a serlo. EFO.
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