EL TREN DE LA VIDA.
Me asomé a la ventanilla y no pude ver nada. Hay días en que me asomo y distingo muchas cosas: veo rostros conocidos, del pasado y del presente, lugares familiares, que visito o que visité en otro tiempo. Soy viajero en este tren de la vida, que comparto con muchas otras personas. Unas ya se bajaron. Se quedaron en las estaciones o en un recodo del camino. Algunas para siempre, otras esperando volver a subir en una próxima parada. El tren siempre se desliza por su vía, recorriendo su camino. Se desplaza a una velocidad variable: unas veces lo hace lentamente otras muy rápido. Su velocidad viene dada por la dificultad del camino que recorre. En trochas empinadas, cuando todo es difícil, su andar es lento, fatigoso, se le dificulta avanzar. Cuesta abajo se desliza raudo, rápido. Yo compré mi pasaje hace un poco más de medio siglo y desde entonces viajo en ruta a un final que cada día se hace más próximo. Yo compré, al igual que el resto de los pasajeros, un viaje de ida. Mi boleto no tiene regreso. Cuando compré no sabía cuanto iba a durar el viaje. Ni como sería. Hoy, con casi el setenta por ciento de la ruta cubierta pienso que he viajado poco, cuando en realidad ha sido mucho. No se como termine mi travesía, ni cuando lo haga, me conforto pensado que no será todavía y espero que el final se retrase. Pero eso no lo decido yo, pese a ser el conductor. Yo no trazé la ruta, ni fijé la fecha, ni puse condiciones de termino. El viaje acaba cuando el tren se pare y puede hacerlo en cualquier momento, a cualquier hora, en cualquier lugar. Algunas veces he acariciado la idea de bajarme del tren lanzándome por una de las ventanillas, pero siempre la desecho. En mis ratos de ocio, que ahora son muchos, sueño con que puedo echar marcha atrás, y volver a empezar, pero eso es una utopía, no pasa de ser un deseo. La realidad es que soy prisionero en este tren y no me es dado ni bajarme, ni devolverme. A ratos, cuando el tren se detiene en cualquier estación, veo rostros familiares, de gente conocida que me miran expectantes y veo rostros desconocidos, de gente extraña, que me asaetean con su curiosidad. Unos y otros pareciera que quisieran preguntarme por mi viaje, pero no se atreven. Yo también quisiera preguntarles en donde me encuentro, si falta mucho para que se detenga el tren o si esa parada es la ultima, pero no me atrevo. Me da miedo que me respondan, que me digan lo que no quiero saber. Alimento la caldera y reanudo la marcha. El tren tiene varios vagones. En algunos he pasado mucho tiempo, en otros poco. En algunos he pasado buenos ratos, en otros malos. No puedo detener el tren, pero si puedo cambiar de vía, tomar otro rumbo, pero siempre hacia el mismo destino final. Hay trenes cuyos conductores cambiaron de vía para mal, otros lo hicieron para bien, pero al final todos llegaron al mismo sitio. A veces es necesario cambiar, explorar nuevas rutas, abandonar el camino trazado. Podemos cambiar de vía, pero no podemos cambiar de tren. El tren de la vida es un expreso en ruta hacia la nada, pues al final nada somos y en nada nos convertiremos. EFO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario