jueves, 29 de septiembre de 2016




LOS INVISIBLES


Ellos están allí, pero no se ven. Existen, son, pero no revelan su presencia física, sencillamente porque no la tienen. No se pueden ver, ni oler, ni oír, ni sentir... son invisibles. 
Los invisibles son temores, miedos, angustias, recuerdos, ilusiones, deseos, que encubiertos bajo la forma de pensamientos nos asaltan de repente, cuando menos lo esperamos, cuando menos lo deseamos. Los invisibles son pedazos de nosotros que creamos en algún tiempo y que abandonamos en ese o en otro tiempo. Ellos viajan asidos a la memoria. Recorren las rutas de desamor, del miedo, de la incertidumbre, de la ilusión, de los sueños y en cualquier momento detienen su andar posesionándose de nuestra mente, permeandola, penetrándola haciéndose cargo de ella, obligándonos a enfrentarnos con nosotros mismos, instándonos a introinspecionarnos, a examinarnos, a vernos.
Los invisibles llegan sin previo aviso, sin convocatoria, sin invitación. Están en todas partes. Viven en lo que nos es más común. En lo que nos pertenece. Se esconden en el pliegue de un vestido, en la fragancia de un perfume, en una visión borrosa, en la suavidad de una caricia, en una lagrima contenida, en un te quiero apasionado, en un respirar fatigoso. Los invisibles forman parte de nosotros mismos, así no los queramos tener. Son como huéspedes obligados a los que debemos  atender cuando sus urgencias así lo demandan. Ellos no conocen de tiempos, ni saben de horarios. Son incapaces de discernir entre el día y la noche, entre el ocaso y el alba. Todas sus horas son iguales, por eso irrumpen en  cualquier momento, en cualquier lugar. Los invisibles son entes mágicos capaces de hacernos reír, llorar, o soñar. Nos pueden entristecer. Nos pueden hacer felices. Los invisibles no siempre son propiedad de una sola persona. Hay invisibles compartidos. Son aquellos que creamos conjuntamente con otro, o con otros. Esos nacen de un beso. De un llanto. De un grito. De un dolor. De un momento común. Pero pese a  no pertenecer en exclusividad a ninguno, dado su origen, cada uno de sus dueños lo siente de manera individual. Cada uno se apropia de él. Cada uno también tiene su peculiar manera de evocarlo, de sufrirlo, de vivirlo. Ese invisible, en particular, puede ser el más querido o el más odiado. El más deseado o el más temido.
Hay invisibles que nos llevan a otros espacios, a aquellos donde viven los sueños, los deseos más apetecidos, las más elaboradas fantasías. A esos los evocamos con más frecuencia, pues los sentimos como un bálsamo a nuestras penas, como un alivio a nuestros sufrimientos. Con ellos recordamos momentos gratos, que nos llenan de esperanza, que nos transportan a lugares donde queremos estar, que nos colocan en situaciones que queremos vivir. Con ellos sentimos que toda utopía es posible, que todo sueño es  realizable.
Los invisibles son compañeros sempiternos de ruta con los cuales estamos comprometidos a viajar. Ellos no nos abandonan nunca, ni siquiera a la hora de la muerte, pues mueren con nosotros. Dejan de existir cuando lo hacemos, pues son el hilo que nos ata a la vida. Están hechos de nuestra propia sustancia. Son nuestra materia, nuestra esencia. Son lo mejor y lo peor que tenemos. Lo mejor y peor que somos.
Lo invisible no es lo que no se ve, sino aquello que se siente.  EFO.

viernes, 16 de septiembre de 2016


TU...


Al abrir los ojos la noche se me vino encima. Se precipitó en mi alma, llenándola de oscuridad. La noche me secuestró la mirada. Intenté vanamente deshacer esa negrura, disipar esas sombras y entonces supe que estaba anochecido, herido de recuerdos, asaeteado de inquietudes. Entonces supe que mi mal, ese que me corroe por dentro, que  tiene nombre y forma, es terminal. Supe que mi mal eres tu. Tu que no dejas que mi alma repose, que mi mente se desfatigue, que mi cuerpo descanse. Tu que estás presente desde aquel día en que dijiste adiós, cuando te fuiste.Tu que estás presente desde aquel día en que dijiste hola, cuando llegaste. Tu que no permites que sobrevenga la calma. Tu que dueles dentro, muy dentro. A veces, casi siempre, quisiera regresar a ti, que es como retornar a casa, como atravesar una puerta cerrada. Pero no encuentro el camino. No hallo la senda, no cruzo el puente. Quisiera tener la osadía de un bandolero para rebesarte, remorderte, reposeerte, beber del vaso de tu boca, cabalgar tus caderas, entrometerme en tus sueños, vivir dentro de ti, pero no la tengo. Solo  tengo el recuerdo de tus ojos cuando se volvieron puñales, cuando me alcanzó el dardo de tu ira, de tu rabia, de tu odio, cuando le pusiste candado a mis deseos, a mi corazón. Todavía siento el balazo de tu voz intentando decir mucho y no pudiendo decir nada. Lo siento partir en dos mitades tu fragancia, dejándome ayuno de tu amor, huérfano de tu presencia, distanciado ya de ti. Como quisiera que tu mirada volviera a teñir de negro la mía y tu pelo oscureciera mis manos. De tanto evocarlos puedo recordar cada uno de tus besos. En particular ese largo, sostenido, mordelon, que casi hizo sangrar tus labios, que te abrió la puerta del placer, que encendió tu cuerpo, ese cuerpo al que desvistió mi mirada, antes que lo hicieran mis manos. Siento tu olor tupir, uno a uno, todos los poros de mi piel y tu respiración golpear mi cara. Escucho el sonido de tu risa al chocar con tus dientes. Te veo caminar a mi lado mirándome largo, sostenido. Remojo tu fotografía en mis lagrimas, pero es inútil,  no me ayudan a sostener el peso de mi soledad, y es entonces cuando empieza a llover dentro de mi. Uno muere con sus recuerdos, con su pasado A medida que las cosas que vivimos se van, desaparecen, uno se va, desparece también. Uno es uno y sus recuerdos. Los recuerdos son raíces que se propagan como varices, que se entretejen formando una malla impenetrable al punto que a veces resulta casi imposible separar uno de ese amasijo que confunde, que desorienta. El que todo ha perdido solo vive de sus recuerdos. Los evoca, los alimenta de deseos, los guarda con celo, los cuida como su más valiosa posesión. Yo guardo tus recuerdos intactos, como si nunca los hubiera tocado, como si nunca los hubiera acariciado, manoseado repensado. Tus recuerdos son como una sombra que me cubre, que me arropa. Con ellos me cobijo. Los veo venir uno a uno. Los siento llegar como llega la noche, despacio Como se cuela la luz por la rendija de un postigo, poco a poco. Me embeleso en su contemplación. Solo eso me queda de ti. Tu eres mi mal. Tu eres mi bien. Tu...   EFO.





LA ANGUSTIA

La angustia es como una tuerca que se enrosca dentro de ti  y te aprieta; te aprieta duro y no deja de apretarte. Es como un clavo que taladra tu mente. La perfora y no deja de perforarla. La angustia es una sensación de miedo, de presentir que algo malo va a pasar, pero no saber exactamente que será. Es como una premonición, un presagio de que una calamidad enorme, monstruosa está por venir, por cernirse sobre ti, por arroparte, por golpearte. La angustia es miedo a algo desconocido que está por suceder. La angustia nace de nuestras propias limitaciones, de las expectativas que tenemos frente a un hecho que ocurrió o que pensamos  va a ocurrir, producto de deseos o decisiones que tomamos o que tenemos que tomar. Es una sensación de impotencia que nos cerca, que no nos deja trascender. La angustia se apodera no solo de nuestra mente, sino también de nuestro cuerpo. Nos obliga a refugiarnos, a escapar de nosotros y de los demás. Se adueña de nuestras manos, obligándolas a temblar, de nuestra boca, impidiéndole hablar, nos desorbita los ojos, nos frunce el ceño, maniata nuestras piernas, acelera nuestro pulso, encabrita el corazón y nos llena de mariposas que revolotean en el estomago. La angustia es como un traje de hierro que nos queda estrecho, muy ceñido  y del cual no podemos escapar. La angustia es un peso que sentimos dentro de nosotros. Algo de lo que no podemos deshacernos por más que lo intentemos La angustia es incapacitante, atemorizante, temerosamente posesiva, desesperadamente acosadora. La angustia se va, pero deja huella. Nos marca, hace un nido dentro de nosotros para poder volver, en cualquier momento, a ocupar ese espacio Hay quien dice que la angustia desde siempre ha formado parte de nuestras vidas y es por eso que se hace presente, sin necesidad de convocarla de manera expresa; pero su presencia no es permanente, es transitoria. Se va a apenas cesan las causas que le permitieron llegar. Hay angustias individuales y angustias colectivas. Las primeras son producto de nuestros miedos, de nuestros temores, de aquello que nos azora. Son como presagios que nos llegan de repente para inquietarnos, para sembrarnos de malos pensamientos, de sensaciones que no podemos definir, pero que nos perturban. Las colectivas nacen de un sentimiento común. De repente, sin ponerse de acuerdo, hay una malestar general, una sensación de que algo va a suceder de manera inminente. De que se avecinan acontecimientos insospechados. No se sabe exactamente que es, pero se siente que está por llegar. Esa catástrofe que nos afectará a todos y de la cual nadie podrá escapar, se convierte en tema obligado de toda conversación, en pensamiento general. Nadie sabe que pasará y cuando será, pero para todos es un hecho cierto. Angustiarnos  es normal. Angustiar a otros es anti natural. Dejarse angustiar es perverso.  EFO

domingo, 4 de septiembre de 2016



EL NECESARIO SABER.


Hay cosas que nos cuentan, hechos que afirman suceden, pero que nos negamos a creer. Alguien me dijo que el mar se roba el azul del cielo para transformarlo en el verde que lucen en sus ojos las sirenas cuando se asolean en sus playas. No estoy muy seguro que esto sea cierto, pero lo que si es verdad es que las sirenas tienen los ojos verdes y se asolean en las playas desiertas, en aquellas a las que nadie va. Muchos las han visto. Siempre se ha dicho que los unicornios son azules, pero eso no es verdad, al menos no es una verdad absoluta. Hay unicornios, blancos, negros, violetas y hasta amarillos. Eso lo sabe todo el mundo. La gente se empeña en creer que los gatos son leones, panteras o tigres que truncaron su desarrollo y que los perros son lobos pequeños a los que no les terminaron de crecer los colmillos. Lo de los perros lo creo. Lo de lo gatos me resulta más difícil de aceptar, pues siempre he sostenido, basado en hechos científicos irrefutables, que los gatos son criaturas melindrosas, geneticamente cobardes, que adolecen de la valentía y el arrojo de los grandes felinos, de los cuales falsamente afirman descender. Hay quien dice que los rayos del sol y los de la luna son iguales, pues ambos provienen de astros. Eso es ridículamente falso. Entre ambos no solo hay una diferencia de color: unos son amarillos y los otros blancos, sino también existe una diferencia de temperatura: los del sol son fríos y los de la luna cálidos. Yo no creo en las cosas excluyentes. Dicen que la virtud y el vicio son incompatibles, que no pueden existir juntos, si esto fuera cierto como se explica que existan flores que viven a las orillas de pantanos pestilentes. Para ciertas personas el día y la noche son espacios de tiempo que se suceden sin intermediación. Eso es mentira. Entre el día y la noche media el ocaso. El ocaso no es el final del día ni el principio de la noche. El ocaso es otro tiempo, que tiene vida propia. He conocido personas que sostienen, sin ningún rubor, que la risa es potestad de la boca como la tristeza lo es de los ojos. Falso. Hay ojos que ríen. Y lo hacen cuando ríe el alma. Y hay bocas que lloran, que se niegan a la risa, que pliegan los labios, que enmudecen las voces. Y lo hacen cuando llora el alma. Hay cosas que pasan delante de nosotros, a cada instante, y no las percibimos. Las hojas muertas de los árboles, cuando caen, danzan en el aire. Pero no lo hacen al impulso del viento. Si las observamos cuidadosamente nos daremos cuenta que cada una tiene su propia coreografía, que van formado grupos y después se integran en un todo. La lluvia es la resurrección del agua que se evaporó y  luego condensó para volver a caer, para resucitar. Los caminos son intrusos que se meten en los pueblos, atraviesan los bosques, cruzan las sabanas, escalan las montañas para después reaparecer, como si nada hubieran hecho, como si no hubiesen violado intimidades o develado secretos. Los caminos son peligrosos, nos llevan a donde no queremos ir. Todo el mundo piensa que aquellas personas que son longevas lo son por sus buenos hábitos de vida, o por que así lo determina su propia naturaleza. Eso es por lo menos risible. Todo el mundo sabe que si alguien supera el promedio de años por vivir es sencillamente porque a la muerte se le olvidó reclamar ese espíritu. Las flores de las montañas forman rebaños que pacen en sus laderas y las de los cementerios lloran cuando las mece el viento. Eso no está en discusión como tampoco que las hendijas son ranuras que taladra la luz para espiar por puertas y ventanas y que la muerte comienza con una invasión de noche en la mirada. Y sepan todos que nacer no es empezar a vivir, es empezar a morir.  EFO