domingo, 22 de octubre de 2017




El AGUA DEL POZO


Una persiguiendo a la otra, y esta a la que le antecede van formando un torrente que resbala por las mejillas  y que las manos no pueden retener. Una tras otra van drenado penas, lavando pecados, limpiando conciencias, sumando arrepentimientos. Las lagrimas son cuentas de un rosario que formó el sufrimiento. Son pedazos de angustia que guardamos en el alma y que dejamos asomar a los ojos. Son gotas de dolor que escapan sin control. Son bálsamo que curan las heridas que la vida nos dio. Esas  heridas que arden, que duelen, que lastiman. Cuando lloramos hacemos llover dentro de nosotros mismos y esa lluvia arrastra todo aquello que nos mortifica, nos acongoja, nos carcome. Las lagrimas son jueces de acciones, verdugos de conciencia, sepultureras de penas. 
Llorar es limpiar el corazón. Se llora cuando hacemos acto de contrición, cuando nos arrepentimos, cuando pedimos perdón. Se llora cuando un dolor denso nos desgarra por dentro. Cuanto un sufrimiento nos lacera, nos quema. Se llora cuando nos acorrala la angustia, cuando nos acosa el desamor, la indiferencia, el desprecio. Algunos lo hacen de felicidad, de alegría, de contento y hay quien no puede contener una lagrima de rabia. Llorar es un acto humano y aunque es personal a veces, por ser contagioso, se convierte en colectivo. 
Hay llantos desgarradores, que nos calan muy hondo, que nos incitan a compartirlos. Hay llantos sinceros, que expresan sentimientos profundos, que nos conmueven. Y hay llantos falsos, fingidos, que nos obligan a despreciarlos. 
Las lagrimas constituyen la expresión más tangible de los sentimientos. Es una forma de comunicación, mediante la cual transmitimos lo que sentimos. A través de las lagrimas le hacemos saber a los demás que estamos dolidos, afligidos, que una pena grande nos copa o que un dolor físico nos mantiene postrados. Es un código que invita a ser descifrado.
El llanto hace pareja con el duelo. Comparten una razón común. Uno es consecuencia del otro. El duelo cesa cuando sana el alma. Cuando aceptamos la realidad. Cuando nos convencemos que hubo un cambio irreversible. Que no hay vuelta atrás. Que nada volverá  a ser como antes fue. Cuando eso pasa se secan  las fuentes, se cierran las compuertas de los ojos y la paz vuelve al espíritu. Dejamos de llorar. El agua se amansa  en el pozo.  EFO

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