jueves, 19 de octubre de 2017





EL JUEGO DE LA VIDA


Anoche salí a buscarlos. Recorrí calles, atravesé plazas, remonté cuestas, pregunté a los vecinos, pero no los encontré. Se que están afuera, en alguna parte. Quizás debo cesar en mi búsqueda acallar mis ansias y tan solo esperar. A lo mejor ellos, mis amores perdidos, también me buscan. Y por azar me encuentran.
Los amores perdidos son aquellos que por error u omisión dejamos ir. Esos que por un tiempo ocuparon un espacio muy importante en nuestra vida y que de repente, por alguna circunstancia, dejaron de ser nuestros. Se terminaron. Acabaron.  O al menos eso es lo que creemos, cuando la realidad es otra: los amores perdidos nunca son tales. Nunca se fueron. Siempre se quedaron en nosotros. Están escondidos en lo más recóndito de nuestros anhelos. Camuflados. Traspapelados. Pero siguen allí. De noche, cuando se despiertan las ansias, cuando los recuerdos ocupan nuestras mentes, cuando late mas fuerte el corazón se asoman a nuestra conciencia reclamando su espacio, ese que le pertenece por derecho propio, por haberlo conquistado.
Los amores perdidos están hechos con jirones de nuestra vida, Con trozos de recuerdos, con pedazos de emociones. Los amores perdidos son parte indivisible de nuestra existencia. Ellos permanecen cosidos, clavados, engomados, transfundidos a nuestro ser. Son amores nunca olvidados pues es imposible borrar la huella de un beso, de una caricia o de una mirada cómplice.
En esas noches, cuando se despiertan las ansias y escapan de la gaveta de la memoria aquel parpadear de ojos, ese chocar de dientes persiguiendo risas, esa ráfaga de cabello ondeando al viento, ese olor tan peculiar, tan suyo, tan nuestro, soltamos el freno y tratamos de imaginar como hubiera sido nuestra vida al lado de esa persona. Construimos sueños con lo que nos quedó, con aquello que aún conservamos, con lo poco que el tiempo no cubrió de olvido y por un rato nos arropamos con esa ilusión hasta que despertamos y la realidad nos devuelve nuestra cotidianidad. Entonces recogemos nuestros recuerdos y los guardamos intactos, para, en cualquier momento, despertarlos, volverlos a usar. Mantenemos en nuestras mentes esos rostros, esos gestos; no nos atrevemos a cambiarlos. Les negamos el paso del tiempo. Obviamos los estragos que la vida les causó. Preferimos seguirlos viendo como eran. Como los conocimos. Como nos hicieron felices. Eso forma parte del juego. Eso es, en esencia, el juego de la vida.  EFO.


No hay comentarios:

Publicar un comentario