domingo, 19 de noviembre de 2017





LA DIARIA AUSENCIA


Aquellos días en que era rehén de tu mirada, esclavo de tus besos, gavilán de tus manos. Aquellos días en que despertar era querer volver a dormir para seguir soñando contigo. Aquellos días en que solo el eco de tu voz marcaba distancia entre nosotros. Aquellos días en que tu risa trotaba por mi cuerpo, asustándolo. Aquellos días en que en vez de dos eramos uno, en que verte era el único deseo, la única ilusión. Aquellos días en que enmudecía mi voz al conjuro de la tuya. Aquellos días en que adivinaba tus pasos, intuyendo tu presencia. Aquellos días, esos días, ya no volverán. Se fueron sin despedirse. Sin dejar que presintiéramos su partida. Se fueron sin proponérselo, sin desearlo. Sencillamente se fueron. 


Aquellos días en que el mundo era todo azul como la paz,  todo verde, como la esperanza, todo rojo como la pasión. Aquellos días en que el hambre era un esqueleto de papel, la guerra un fantasma lejano y la muerte una vieja desconocida. Aquellos días en que amanecer era comenzar un día cualquiera, sin desear que pasará, en que anochecer era ver pintar estrellas en el cielo y no la negra tortura de tener que seguir viviendo. Aquellos días en que el mar, a fuerza de ser azul, se convertía en cielo en lontanaza. Aquellos días en que ilusos pensábamos que nada cambiaría, que todo seguiría igual.  Aquellos días, esos días, ya no volverán. Se fueron sin despedirse. Sin dejar que presintiéramos su partida. Se fueron sin proponérselo, sin desearlo. Sencillamente se fueron.


Aquellos días en que orbitabámos el pecado, jugando los juegos prohibidos a la sombra del ocaso. Aquellos días en que perseguíamos al viento montados en una nube. Aquellos días en que ser niño era jugar a ser hombre, haciéndole carantoñas a la vida. Aquellos días en que la escuela era una cárcel y la maestra una bella carcelera, pero carcelera al fin. Aquellos días en que un Dios nos anatemizaba y un Diablo nos seducía. Aquellos días en que no contaba el mañana, el pasado no existía y el presente era una hermosa realidad. Aquellos días, esos días, ya no volverán. Se fueron sin despedirse. Sin dejar que presintiéramos su partida. Se fueron sin proponerselo, sin desearlo. Sencillamente se fueron.
Aquellos días... esos días son ahora la diaria ausencia.  EFO.

sábado, 18 de noviembre de 2017





LA MARCA DEL PECADO


Arden como una quemada. Duelen como una puñalada. Están ahí. No se van. Los remordimientos, esas penas de conciencia, ese saber que hicimos algo malo y que quizás no podamos remediar se asientan en nuestras mentes, ocupan un espacio grande en nuestros corazones, nos secuestran el alma.
El remordimiento es un sentimiento que se experimenta cuando se cree que se ha actuado de manera incorrecta. Se trata de una sensación de culpa , de malestar que persiste después de una acción propia que se juzgue como dañina. El remordimiento está vinculado con los valores que tenga cada quien. Mi remordimiento no será  nunca igual al tuyo pese a que hayamos cometido una acción similar. Yo puedo no sentir remordimiento alguno mientras que  tu podrías estar grandemente afectado. Nuestras percepciones siempre serán distintas si nuestros valores no son los mismos y  aún en caso de serlos jamás sentiremos de idéntica forma El remordimiento es algo personal, intimo, muy intimo y particular. 
El remordimiento simple, por llamarlo de alguna manera, permite impulsar una modificación de conducta que en muchos casos puede llegar a reparar el daño causado;  el remordimiento de conciencia, se origina cuando es imposible superar el error cometido, lo que causa un recuerdo permanente, constante, que termina por convertir la vida en un infierno.
Remordimiento no es arrepentimiento. El arrepentimiento es lo que sentimos por algo que hemos dicho, hecho o dejado de hacer. Quien se arrepiente cambia de opinión en relación a un asunto. El arrepentimiento requiere una acción. El remordimiento, por si mismo, no genera cambio, es una sensación de pesar. Sólo se siente, no implica acción.
El arrepentido trata de  reparar el daño causado tratando de reversar lo hecho y si logra su objetivo busca ser perdonado, lo que lo liberará de cualquier sentimiento. El perdón lava la culpa arrastrando consigo el remordimiento.
El remordido de conciencia es un condenado en vida. Es alguien que no puede redimirse, pues la acción cometida gravitará siempre sobre el, como resultado de la imposibilidad de revertírla. Un asesino siempre será un remordido de conciencia. Un ladrón pondrá fin a su remordimiento, arrepintiéndose del robo, devolviendo lo robado y logrando el perdón.
El remordimiento de conciencia es un estigma que puso Dios en nuestras almas para castigarnos, para obligarnos a recordar que actuamos mal, que transgredimos su ley, que estamos malditos, y que al igual que Caín llevamos tatuada en el corazón, la marca que el Señor grabó en la frente del fatrícida. Esa marca es indeleble, imborrable. Es la marca del pecado. Y el pecado no es obra del mal, el pecado es el mal.  EFO.


jueves, 16 de noviembre de 2017



ESA INQUIETA DUDA


La duda es una niña que crece alimentada por la incertidumbre. Dudar es sopesar opciones. Pensar varias veces. Meditar en reposo. Quien duda teme no acertar. Piensa que puede fallar. No está seguro de lo que quiere. La duda siempre te coloca frente a posibles realidades, frente a posibles destinos, frente a  posibilidades. Al escoger una opción no despejamos totalmente nuestra duda, muy por el contrario, abrimos otra u otras. Nos volvemos a colocar ante una nueva disyuntiva. Nos convocamos de nuevo a escoger. 
La vida es siempre una duda. Nacemos con la duda de saber si sobreviviremos al parto, si todo irá bien, si no morimos en el intento. Vivimos con la imposibilidad de descifrar nuestra propia existencia. De saber que nos depara el futuro. De conocer lo que está detrás de esa cortina que separa el hoy de un mañana que  siempre luce incierto. 
Colocados al borde de la muerte nos asalta la duda de conocer si lo hicimos bien. Si nuestra vida logró un objetivo. Si coronamos con éxito la meta propuesta. Y más aún: quisiéramos saber que hay tras esa puerta oscura que se abre frente a nosotros. A donde nos conducirá, que pasará después.
La duda es existencial. Forma parte de uno mismo. Es inherente a nuestra propia naturaleza. Dudamos de todo y de todos. Quien no duda no vive, pues vivir es recorrer un camino que está pavimentado de oportunidades, de temores, de ilusiones. Vivir es tropezar, caer, pero también levantarse, seguir, no desfallecer. Cuando escogemos ejercemos nuestro derecho a seguir viviendo, a avanzar, a no dejarnos abatir. Quien no duda no escoge, pues se niega esa posibilidad y al no hacerlo se estanca, se planta. La duda nunca es excluyente, pues no elimina opciones, ya que siempre las abre. Al dudar nos colocamos frente a un crucero y debemos escoger uno de los caminos en el señalados. Decidir que ruta tomamos, que hacemos. 
La peor de las dudas es aquella que nos obliga a escoger entre vivir o morir, pues sea cual sea nuestra decisión el resultado siempre será el mismo ya que vivir es morir para unos  y morir es empezar a vivir dentro de otros.
La mejor de las dudas es aquella que nos obliga a escoger una forma de vida, pues pase lo que pase siempre tendremos la duda de haber escogido la mejor entre todas las propuestas. Y eso ya es una forma buena de vivir: vivir dudando.  EFO





SI PUDIERA


Parada allí. Recostada en el marco de la puerta. Intentando despejar de un manotazo la nube que cubría sus ojos, la vi por ultima vez. Toda ella era un adiós, un mudo adiós, un interminable adiós. Créeme que quise explicarle, decirle que tan solo era un hasta luego, que no sería definitivo, que nos volveríamos a ver, que todo sería igual que antes, que había que tener paciencia, que las cosas cambiarían... que esperara... que esperara... y en ese esperar se nos fue la vida.
Hoy es tan solo una desdibujada figura que se cae a pedazos, un celaje apenas, traspapelado entre otros muchos celajes. Créeme si te digo que no recuerdo como era su cara, como era en detalle, quise decir.  Todavía conservo la oscuridad de su cabello, el castaño de sus ojos, su nariz de ratón y una boca golosa, roja, roja como una granada,  que solo se abría, creía yo, para decir te quiero o para dar un beso.
Ha pasado tanto tiempo. Los años cabalgaron sobre mi, demoliendo mi figura. Mis ojos se apagaron, mi boca se frunció y a mi memoria la visitan ya tan pocos recuerdos que creo que algo, que no se que es,  les impide que vuelvan.
A veces, a fuerza de desearlo, creo escuchar su voz, pero no estoy seguro si es la mía pues ahora siento que todo se confunde, se enreda, se transforma. 
Anoche soñé con ella, o con quien creo que es. Nos dábamos un beso y caminábamos agarrados de la mano por un calle oscura. Fue un sueño breve, fugaz, casi clandestino, pues  tu sabes que aquí está prohibido soñar
Hace algún tiempo alguien me  dijo que era una abuela feliz. Que la vio de la mano de un niño, tejiendo sueños. Que su andar era lento, que había perdido sus movimientos de pantera, sus ademanes felinos, que su mirada ya no retaba... ahora perdonaba, pero que aún conservaba esa serena belleza que cautivaba. Me puse triste. Pensé que ese nieto podría haber sido de los dos. Que juntos, apoyándonos en el, nos fatigaría menos el camino. Que nuestra vida hubiera sido una común y no las dos separadas que llevamos. Que tendríamos una misma historia que contar. Y créeme, por vez primera, en muchos años, quise volver a verla, aunque fuera desde lejos, a la distancia, verla sin que me viera,   pero tu sabes que los muertos somos prisioneros en nuestras criptas, cautivos de la nada, rehenes de un tiempo ido y por más que roguemos  no nos dejan abandonar las tumbas,  salir de  los cementerios, ver a los vivos.  EFO.





EL OCASO DE DESDEMONA

"Tardo en recelar, mas una vez celoso dejóme arrebatar de mi propia locura..."
 Otelo. V Acto. William Shakespeare.


Como un sueño, sigiloso, impensado, el fantasma de los celos se cuela por las rendijas que deja abiertas la pasión. Segundo a segundo, día a día va urdiendo la trama sobre la que sustentará su casi siempre dramático final.
Los celos forman una maraña de complejos sentimientos que nublan la mente y agitan el corazón. Están hechos de pequeñas y simples cosas. De gestos imprecisos, de frases dichas al voleo, de miradas apresadas, de medias verdades, de mentiras completas, de muchos puede ser y pocos es. Los celos nacen de la inseguridad. Son producto de la falta de confianza en si mismo, de una vapuleada autoestima, de una carencia absoluta de fe. 
Los celos son una repuesta ante una amenaza hacia aquello que consideramos propio. Son una emoción que nos impulsa a  querer poseer en exclusiva a la persona amada y que alimentamos con el miedo a perderla.
Todo celoso guarda en lo más recóndito de su ser la inextinguible llama de la locura. Los celos son como  pequeñas larvas que crecen a diario, que se agigantan dentro de nuestra mente envenenándonos, esclavizando nuestros pensamientos, subyugando nuestros deseos, maniatando nuestras acciones, impulsándonos a transitar por rutas de desesperanza, de confusión, de dudas. Los celos son sospechas infundadas, agravios nunca infringidos, pero siempre deseados de vengar. Son espinas que nos hieren, tizones que nos queman, trozos de dolor que tragamos enteros, sin masticar, obligados a  deglutir.
Un celoso es un poseso. Un ser que ha perdido la cordura y que solo vive para recrearse en su angustia, en su inacabable deseo de confirmar una suposición que cree cierta, pero que espera que no lo sea. Es un ente vivo que está muerto por dentro. Que es incapaz de contener su rabia, su desesperanza, su miedo, sus temores infundados. El celoso ha abandonado toda esperanza de paz, vive en medio de un conflicto interior que lo agota, que lo consume, que no lo deja; diariamente su corazón es devorado de forma inclemente por esa pasión que lo plena totalmente. No tiene reposo a sus ansias, no morigera su dolor, por el contrario, con cada nueva suposición incrementa su sufrimiento, ahonda su penar. Al igual que Tántalo ha sido condenado por los Dioses y como él está imposibilitado de tener lo que más desea, aunque esté a su alcance. Al celoso le está vedado todo disfrute, toda esperanza, toda posibilidad y cual Otelo siempre matará a su Desdemona... con un beso o con una espada.   EFO.