jueves, 5 de abril de 2018






LA PUERTA


Todavía no se como la descubrí. Por más que lo intento no puedo precisar que mecanismo activé, que pasadizo recorrí, que estancia visité, solo sé que de repente me vi parado frente a esa puerta y sin pensarlo la traspuse. Y desde ese momento no puedo dejar de visitar ese cuarto. Hacerlo se ha convertido en una acción recurrente. A veces, lo confieso, tengo miedo  pues se con que me encontraré y eso es precisamente lo que quiero evitar, pero no puedo sustraerme a la atracción que ejerce la puerta cerrada. Tras ella vive lo mejor y lo peor de mi. Allí hay un mundo lleno de fantasmas del pasado que salen a mi encuentro cada vez que  la franqueo. Los he visto desfilar uno a uno. Allende la puerta los recuerdos cobran vida y  muestran los hechos que los crearon. No se cuanto tiempo he permanecido en ese cuarto. A veces pienso que han sido muchos años, quizás siglos, otras veces siento que tan solo han transcurrido escasos momentos, pocos segundos. Detrás de la puerta no existe el tiempo, ni el espacio, pues lo que ahí sucede es cosa del pasado y resulta imposible precisar  la fecha exacta  en que se reproduce el hecho y el sitio donde acontece. Los recuerdos no vienen en orden, es decir, no responden a una sucesión cronológica de acontecimientos. Su visualización es producto de mi deseo de evocar determinado suceso, o lo que es lo mismo yo puedo escoger, a voluntad, que quiero recrear y para hacerlo me basta con desearlo. Pero debo hacer notar que los recuerdos tienen un mecanismo de regulación autónomo, que les permite mostrar hechos posteriores, derivados de la acción primera, es decir, las consecuencias de esta.  Quiero aclarar que soy un simple espectador. No me es dado modificar total o parcialmente un recuerdo, no puedo  influir en ellos, mi papel se limita a observarlos. El cuarto es como una sala de cine, donde se proyecta la película  de mi vida que solo puede ser vista por una sola persona: yo, y por ende no puedo consultar, comentar,  ni  pedirle opinión a nadie. Debo sufrir sólo el dolor, o experimentar la alegría, que me produce una determinada evocación. Hay algo de perverso en esta situación  que me hace llorar o reír dependiendo de la naturaleza del recuerdo que rememoro.
El cuarto ha influido notablemente en mi conducta habitual, al incidir en mi estado de ánimo, convirtiéndome en un mutante sentimental, impedido de  controlar sus emociones.
Hace días sucedió algo inusual: intenté revivir un determinado recuerdo y no pude hacerlo. El cuarto se negó a obedecer mi voluntad. Por más que traté no logré concretar lo deseado. Entonces me dí cuenta que no soy yo quien controla lo que allí sucede. Entendí que el cuarto tiene vida propia, que es capaz de decidir lo que quiere hacer. Supe que soy un sujeto pasivo, que no gobierno, que carezco de mando, que no domino esa situación. Temeroso decidí poner punto final a la relación. Quise salir, abandonar el cuarto pero sentí que algo había cambiado. La puerta no se abrió. La cerradura desapareció. Se borró. Y ahora estoy sentado aquí, viendo pasar delante de mi ojos un film minucioso de mi existencia. Soy prisionero obligado de mi pasado. Rehén de un  tiempo remoto. Soy un cautivo tras la puerta.  EFO

1 comentario:

  1. Todos queremos traspasar la puerta y cuando lo hacemos y nos arrepentimos, no hay vuelta atrás... es tarde, muy pero muy tarde para volver. Me encanta leerte, aunque no siempre comente....

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