MI CUARTO Y LA NADA.
Mi cuarto es pequeño, tan pequeño que no cabe casi nada. Es blanco, tan blanco que casi me ciega. Mi cuarto no tiene ventana, apenas una puerta que a veces da al pasillo donde hay otros cuartos, pero no conozco a nadie que viva en ellos. Una mañana escuché gritos aterradores que venían de uno de esos cuartos. Era un hombre quien gritaba. Gregorio, Gregorio era su nombre, lo supe porque una mujer que acudió a sus gritos así lo llamó. Después alguien dijo que mi vecino despertó convertido en un horrible insecto. Le dió la Metamorfosis. Desde ese día abro muy poco la puerta de mi cuarto. Esa puerta impide que nada entre o salga. Tres muebles tiene mi cuarto: una desvencijada cama, una otoñal chifonier y una vestusta mesa de noche. La cama siempre cruje. Lo hace de noche. Lo hace de día. Lo hace cuando duermo. Lo hace cuando vigilo. Ella cruje sola, por el solo placer de crujir, por el vicio de hacerlo. ¿O será por miedo? Debajo de mi cama viven monstruos. No se exactamente cuantos. Nunca los he visto. Creo que son varios por los ruidos que hacen, aunque algunas veces pienso que es uno solo, pero que cambia constantemente de forma, que muta. La chifonier tiene apenas cuatro gavetas, de las cuales solo una está vacía. Las otras tres están atestadas de recuerdos, de sombras difusas de algo que fue y ya no es. De algo que estaba y ya no está y de pedazos de papel que aprisionan imágenes borrosas, difíciles de reconocer. Cuerpos sin caras. La mesa de noche solo sirve de soporte a una solitaria lampara, sin bombillo, que a veces se prende sola ¿sin bombillo? Si, sin bombillo. Mi cuarto es elástico. Hay días en que amanece alargado, estirado. El techo se aleja del suelo, proyectándose hacia arriba, empinándose, en vano intento por escapar de sus cimientos. En esos días es casi imposible entrar al cuarto pues la manilla de la puerta está muy alta, tan alta que no se puede alcanzar. Si estoy adentro no puedo salir. Hay noches en que el cuarto adquiere otras dimensiones. Las paredes se separan, como si huyeran unas de otras. En esas noches es casi imposible salir del cuarto porque nunca se encuentra la puerta, no se sabe adonde fue. Tampoco se puede entrar por la misma razón. Pero no siempre pasan esas cosas. La mayoría de las veces (días y noches) mi cuarto está quieto, como si navegará en el mar de La Nada. Nada se oye. Nada se ve. Nada se siente. Hay noches, días también, en que los recuerdos saltan de la gavetas de la chifonier. Uno a uno se van deslizando hasta tocar el suelo. Y en fantasmágorica procesión se pegan contra la pared. A veces se forman atendiendo al tamaño, otras al tiempo en que existieron y la mayoría de las veces al dolor o a la alegría que causaron. Las fotografías también saltan de la chifonier, pero no se pegan a la pared. Se quedan en el centro, formando un circulo. Cada rostro busca su cuerpo. Hay fotos que se juntan formando grupos. Hay otras que permanecen solitarias, separadas de las demás. Yo los contemplo ( a fotos y recuerdos) sentado en el borde de mi cama. Me deleito trayendo los recuerdos a la memoria. Evocándolos. A veces los equivoco y cuando eso sucede me advierten de mi error, obligándome a recapacitar, a rectificar fechas, lugares, personas. Las fotos son más fáciles de identificar y casi nunca dan problemas.
Sentado en la cama dejó pasar el tiempo. Hasta que recuerdos y fotos se cansan y comienzan a subir por las paredes de la chifonier buscando su gaveta donde esconderse. Me acuesto.Me horizontalizo y también empiezo a buscar donde esconderme.
Casi nunca salgo de mi cuarto. Las pocas veces que lo hago camino por el pasillo, pero siempre tropiezo con La Nada. No la puedo ver, pero se que es ella, que está ahí. Me detengo. Me devuelvo y entro a mi cuarto. No me gusta La Nada. Es nubosa. Gaseosa. No se puede agarrar. No se puede tocar, ni oler, ni ver, solo sentir. Es como un manto de algo que no existe pero que te envuelve, que te cubre. La Nada no tiene sabor, ni color. Tampoco tiene forma, pero ocupa todos los espacios vacíos. Está en todas partes. Yo conocí a alguien que vió y oyó a La Nada. Le pregunté como era y esto fue lo que me contó: "...un amigo me había advertido que La Nada vivía en los aparatos de televisión. Que salía en la noche, después que terminaba la programación. Una noche vencí el miedo, me levanté en la madrugada, encendí el televisor y allí estaba. Era blanca, llena de bichitos grises y negros y hacía un ruidito continuo, ensordecedor: shuuuu, shuuuu, shuuuu..."
Yo no la he visto. Una de estas noches voy a salir del cuarto, voy a encender el televisor y voy a conocer a La Nada. EFO.
Yo no la he visto. Una de estas noches voy a salir del cuarto, voy a encender el televisor y voy a conocer a La Nada. EFO.
“Tampoco tiene forma, pero ocupa todos los espacios vacíos...”
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