ENTRE GUSTOS Y DESEOS
Me gusta haraganear de cara al sol, tendido en la tierra, dejando que su calor convierta en pira mi cuerpo. Me gusta perder el tiempo conversando con la noche, hablando con la luna, contando las estrellas. Me gusta mirar el aleteo lejano de los pájaros en el cielo, envidiar su libertad, admirar su gracia al volar. Me gusta escuchar el bramido del mar. Ver como las olas chocan contra las rocas, despedazándose, convirtiéndose en miles de gotas, para recomponerse y volver a chocar una y millones de veces más. Me gusta rondar los cementerios. Sentarme en sus bancos Visitar las tumbas, sentir el aroma de sus flores, disfrutar su silencio, hacerle compañía a los muertos.
A veces quisiera ser un perro errabundo, realengo, sin amo y sin correa para andar por los caminos, escalar montañas, descender a los valles, o una hormiga más de la larga caravana que, en ordenada fila, va al bosque a cortar hojas. Quisiera ser una abeja cualquiera para vivir entre las flores, cumpliendo mi obligada labor, recolectando polen para transmutarlo en dorado néctar. Yo quisiera ser un plateado pez de esos que surcan veloces el agua semejando saetas de acero; de esos que habitan todos los mares, todos los ríos; de esos que no tienen obligación alguna, que no le pertenecen a nadie, que no son nadie, sino ellos mismos.
Me gusta ver caer la lluvia. Sentir su repiquetear en los tejados. Mirar como se desliza, formando láminas de agua, que van cubriendo todo. Me gusta la lluvia porque es una intrusa que viola todas los espacios, que no pide permiso para entrar. La lluvia es atrevida, osada, altanera. Me gusta el frío, me complace sentir como eriza mi piel. El frío es un manto que te tapa, pero no te cobija, no te protege, te arropa pero no te cubre. Es un invasor que poco a poco se posesiona de ti hasta ocuparte totalmente. Me gusta el viento, compartir su furia, cuando convertido en vendaval azota sin piedad o sentir su suavidad, cuando convertido en brisa acaricia sin reposo. Me gusta la tarde cuando muere. Verla pintarse de colores para poco a poco ir fundiéndolos hasta convertirlos en la suma de todos ellos: el negro. La tarde es una devoradora de matices, es una acuarela viva que muestra la belleza de sus tonalidades en su diaria danza con el tiempo.
Quisiera ser una mata de hierba para extenderme por todo el mundo, cruzar todos los caminos sin fronteras que me limiten, sin vallas que me detengan; para poder viajar sin pasaporte, sin visa, sin ninguna restricción. Ser universal, total, global.
Yo quisiera ser un grano de trigo para germinar, convertirme en otra cosa, crecer, frutificar y darle vida a otros seres, alimentar a muchos, servirle a todos. Quisiera ser el fuego, para alumbrar las noches, quemar con mi contacto, bailar al impulso del viento prisionero de la hoguera, adoptar mil formas, contorsionárme, multiplicarme, extinguirme y renacer. Quisiera ser una flor para encerrar un dulce perfume y en delicado parto dejarlo escapar, salir, contagiando todo con su olor, plenando cualquier espacio, llenado cualquier ámbito. Quisiera ser una melodía, compuesta por cientos de notas, para rozar todos los oídos, llegar a todas partes, anidar en todos los corazones, despertar todos los sentidos hacer reír, llorar, gritar, gemir. Quisiera ser una hoja de otoño para liberarme de la prisión del árbol y en armonioso ballet, girar, subir, caer y quedarme quieta en el suelo para luego volver a empezar.
Me gusta que me guste todo eso. Quisiera no dejar de querer ser todo eso. EFO
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