SEÑORA
Otra vez, al igual que otras veces, su taconeo hirió el macadam de la acera. Su mirada altiva desafió la mía que la patrullaba despacio, suavemente, voluptuosamente. Su cuerpo de Diosa me cubrió con su sombra. Otra vez, al igual que otras veces, me extasié con el brillo de sus ojos, me sumergí en su negrura, me deslumbré con sus labios rojos, me embriagué con el olor de su perfume, me amarré al ondular de su cabello. Señora, yo daría cualquier cosa, lo que fuera, por ser parte de su vida. Por sentir el roce de su piel, por asistir al despertar de su mirada, por recibir cobijo en el asilo de su voz. Señora, yo daría cualquier cosa, lo que fuera, por sentirla mía. Pero usted tiene dueño. Le pertenece a otro. Es de otro. Y yo debo conformarme con verla pasar de lejos. Con permanecer atado a su pausado caminar, soldado a sus pasos, al galope de su risa. Con desearla desde siempre, con quererla a distancia. Señora, usted se ha convertido en una obsesión, en mi obsesión. Es una idea fija, un deseo permanente, un ansia interminable. Una visión que ocupa mis noches, que avasalla cualquier otra idea, que copa todos los espacios. Pero se que es solo eso: una ilusión, que siento lejana, inalcanzable, abolida, pues llegué tarde a su vida. Cuando me asomé a ella usted había marcado otro rumbo, transitaba otro camino, de la mano de quien pienso no la merece.
Yo se que hay noches y también días, que ha llorado, que ha dejado pedazos de corazón en el pañuelo con el que enjuga sus lagrimas, lagrimas que empañan, sin manchar, su belleza. Y se también, porque lo he leído en sus ojos, que no se resigna a ese diario sufrir, que no quiere seguir así, que intuye que allende los barrotes de su ventana hay otra forma de vivir, una manera distinta de amar, un torbellino de pasiones por sentir. Y también se que a fuerza de verme, sin mirarme, me he acercado a sus pensamientos. Por eso y porque se ha convertido en el centro de mi existencia le propongo que autorice a sus ojos que se aventuren dentro de mi, que le pida a su boca que pronuncie mi nombre, que le ordene a sus oídos que escuchen mi voz y que me permita habitar sus fantasías. Y cuando eso pase, cuando conozca la intensidad de mi pasión, cuando entienda lo que siento por usted, estoy seguro que se dejará llevar, que poco a poco entrará en mi vida, permitiéndome formar parte de la suya para fusionarlas y convertirlas en una sola, en la nuestra, pero mientras eso no suceda yo seguiré siendo la sombra que se acuesta a su lado, esa que comparte su cama, Señora. EFO.
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