martes, 15 de mayo de 2012



LA SOLEDAD


La soledad es compañera del desamor, amiga de la amargura, hermana de la ausencia. La soledad es fría tela que te amortaja, tenebroso manto que te cubre, espesa niebla que te tapa. La soledad es una niña que crece con los años. La soledad te acompaña en medio de las multitudes. Se aposenta en tu espíritu. Se adueña de tu alma. La Soledad camina a tu lado, se acuesta contigo, come de tu plato, se viste con tu ropa, está ahí. La soledad es una pesada carga, alguien no invitado, un intruso, un huésped no deseado. La soledad vive en la vida. No tiene fecha de nacimiento, ni se cubre con epitafio. La soledad, la verdadera soledad, aparece sin aviso, llega de improvisto, cuando menos la esperamos. Hay soledades que buscamos. Esas son transitorias, son soledades del cuerpo. La soledad, la verdadera soledad, la del alma, no se convoca, la deja las reminiscencias de lo que existió, de lo que formó parte de nosotros, de lo que nos negamos a olvidar. La soledad es una falta de casi todo. Es un vacío, un hueco insondable, que no podemos llenar con lágrimas. Toda lucha contra la soledad es estéril porque ella decide cuando se va. No está en nosotros desterrarla, ella nos abandona. Un día, cualquier día, despertamos y no la sentimos próxima. Nos alegramos de su falta, nos alborozamos con su no presencia. Pero es alegría vana. Su partida no es para siempre, ella seguirá acechándonos, nos cubrirá como una sombra intangible. Estará allí, muy cerca, esperando el momento para volver a instalarse, para volver a habitarnos. Si se va, volverá. Lo hará cuando sintamos de nuevo la ausencia de algo que ocupó un espacio, que vivió en el tiempo, que formó parte de nosotros mismos. La Soledad es persistente. No se detiene. No se aparta. No deja de luchar. Batalla, acosa, persigue. No da tregua. No concede descanso. Guerrera incansable casi siempre corona su victoria. Se adueña de nosotros. Nos mina, nos debilita. Aletarga nuestra voluntad. Nos desarma, nos toma por asalto y al final nos posee. Cuando eso sucede se convierte en anexa, en inseparable. Rige los días, tiranizando nuestros deseos, estableciéndonos pautas, obligándonos, sometiéndonos, haciéndonos pensar que es inevitable, que no tenemos cura. La guerra contra la Soledad es cruenta, larga, difícil desalentadora, pero la tenemos que pelear con la ilusión de vencer, aunque en ella nos partamos en pedazos y al final nos quedemos solos. EFO.


No hay comentarios:

Publicar un comentario