miércoles, 16 de mayo de 2012

EL VIEJO


                                                                     
Por más que quiere no puede recordarlo. Las imágenes se entremezclan al punto que todo parece una sola masa de recuerdos de donde resulta casi imposible extraer uno y aislarlo. Pese a intentarlo no logra precisar desde cuando su cuerpo ocupa un espacio en eso que todos llaman Hogar de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús. Sabe que está allí porque los otros se lo dicen pero no sabe desde cuando, no recuerda. Pareciera que es desde siempre.Vagamente se filtran por los resquicios de su mente pedazos de pensamientos que intentan retroraelo a una época que consideraba pasada. Los sonidos juegan con los olores y estos con la visión resultando imposible precisar algo dentro de esa maraña de sentidos.De una cosa si está seguro y es de la primera vez que se colocó tras el muro. Era una tarde soleada en que el azul del cielo parecía que se había tragado s todas las nubes; deambulaba por el jardín sin ningún interés especial, cuando de pronto se supo muy cerca de el. Fue como si alguien lo hubiera empujado hacia la pared. Sintió el roce áspero de la piedra, palpó su dureza y desde entonces quedó grabado en su mente el olor a humedad que rezumaba. Ese olor se le hizo inconfundible. Pareciera que lo llevara tatuado en su olfato pues desde ese día no ha podido dejar de percibirlo, aún cuando esté lejos del muro.Tampoco le ha sido posible divorciarse desde que se maridó con esa valla de piedra que se alza divisoria entre su realidad y otra que intuye familiar, pero que no puede precisar exactamente como es. Sólo siente que su necesidad de amurarse es recurrente, casi aditiva. Y ahí está otra vez, adosado a la pared. La cercanía de hoy es distinta a otras. Con su vista recorre las piedras como si buscara algo. Tiene que hacerlo porque presiente que dentro, fuera, cerca, sobre esas piedras palpita otra vida, que no ha podido descubrir, pese a llevar tiempo acechándola. Sus ojos cabalgan por el conocido camino empedrado, van tras la caravana de hormigas que sube desde los cimientos y se pierde en uno de los innumerables agujeros que ametrallan el muro. Su oreja se funde con la pared en busca de algún sonido familiar, así se queda largo rato hasta que el ulular de una sirena lejana lo devuelve a la realidad. Sus manos magrean las piedras, se deslizan por ellas como si quisieran comulgar con las pequeñas moles. Su tacto nunca le es familiar. Hay veces que las siente lisas, otras rugosas y cuando toca las de la base las sabe musgosas. Pero siempre son duras, imposibles de horadar con las uñas. Una vez, cuando el rumor del viento le trajo los aires de una música conocida, se aferró a la pétrea superficie con angustia y recibió a cambio un rasguño que casi inmediatamente se transformó en gotas de sangre que se deslizaron por su mano y tiñeron de carmesí las pequeñas matas que crecen en las juntas.
Desde esta mañana, está oyendo arrastrar de pasos que se persiguen presurosos. Algunas veces cree que se juntan, otras los intuye raudos, veloces, lanzados en carrera, como felices de poder alejarse. El piensa que algo está pasando porque la calle no está tranquila. Hoy, como nunca, el ruido de los motores asorda el muro. El bloque de sonidos es como el gemido de una criatura que nunca ha visto pero a la que imagina monstruosa. Hace rato creyó percibir las voces de una pareja, una mas aguda que la otra. Pero de eso hace rato, ahora no escucha nada. Ni siquiera, como otras veces, su propia voz interior. En vano aguza el oído. Cansado ya de tanto esfuerzo inútil y convencido que nada pasa se despega del muro. Su cuerpo inicia el repliegue cuando de pronto la voz aguda vuelve a abrirse paso hacia su conciencia. Esa percepción le alerta el recuerdo y se ve a si mismo, no sabe donde, ni precisa cuando ni con quien reflejado en el limpio cristal de unos ojos esmeraldinos. ¿Eran otros tiempos? ¿Era otra vida? ¿O simplemente alguien le dijo eso y ahora el lo recuerda y por ósmosis lo asimiló como propio? No lo sabe. En todo caso no tiene ningún sentido hurgar en el pozo de su mente en busca de algo que dejó de interesarle hace mucho tiempo, pues hace mucho tiempo que un vacío se instaló en su alma y como una pena infame le corroe el pecho. A veces lo siente próximo y es cuando más lo lacera. Es como si un cuchillo filoso se abriera paso en su carne tasajeándola, mutilándola. A veces lo siente remoto y es cuando menos lo lastima. Es como una niebla que lo amortajara. Como una costra de sucio que no supiera como limpiar. Pero por ser remoto pasa pronto y sólo queda como una especie de patina que lo cubre todo. Y es entonces cuando tiene la sensación que ya no es nada de lo que fue, si es que alguna vez fue algo. Es entonces cuando se adosa al muro buscando compañía. Su frágil cuerpo se pega a la piedra en vano intento por fundirse a ella, tratando de mimetizarse para así sentir menos el latigazo de la soledad. El muro lo siente necesitado y lo cobija a su abrigo. Le transmite calor y le prodiga sombra. Es en esos momentos, al no sentirse parte de ese jardín sembrado de fantasmas, cuando más se reconoce como una prolongación, como otro elemento de ese muro que hace ya tiempo lo absorbió, es cuando más sabe que para siempre será un amurado. EFO.


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