MI BARRIO.
Mi barrio es empinada calle en la gaveta de las añoranzas. Es entrechocar de cocos ahítos de furia, ansiosos de verter la sangre de sus aguas. Mi barrio son montañas de recuerdos, cientos de rostros, cúmulos de olores, pilas de sonidos. Son tardes de dominó regadas de medias jarras. Mis primeros pasos al compás de una guaracha de Billos. El humo de un cigarrillo marca Capri. La escalada al cerro. La visión atormentada de los locos en el Manicomio. La furia de los patines macerando el macadam. El vuelo de un papagayo, a la isla, esclavo en los brazos del viento. Mi barrio son los primeros galanteos. Cabellos negros que acarician mis manos. Cinturas que ciñen mis brazos. Ojos que mirar. La dulzura del primer beso enamorado, ilusionado, asustado. El primer desengaño. Serenatas a capella en noches de alcohol. La lata de maíz en la molienda. Una mochila de temores, de miedos, de angustias que amorataba mi espalda. Noches sin fin prisionero de las estrellas, rehén de la oscuridad. La verticalidad de un poste, sostén del cuerpo, vigilante de horas de ocio. El miedo a la recluta. Las peleas callejeras. Los estrenos de Diciembre. Las fiestas de los sábados. Mi barrio es como una colcha que me arropa. Como una sombra que me acompaña. Como un hierro que me marcó. En el nací. En el crecí. En el viví. Mis mejores días, mis más queridos recuerdos permanecen sepultados bajo el polvo de sus calles, a la sombra de la fachada de sus casas, en los recodos de sus esquinas. Mi barrio es como una concha que me protege. Un compañero permanente. Un amigo perdurable. Una siempre grata vuelta al pasado. Un sitio acogedor al cual se puede y desea volver. Recorrer sus veredas, doblar sus esquinas, dejar que los recuerdos troten por sus aceras es un ejercicio que me comunica una dosis de incalculable placer. Mi barrio es la visión fugaz de algo que existió llamado carritos por puesto, botiquines con rokolas, velorios en las casas, partidas de chapitas, derrotas de chinas. En mi barrio se armaban bicicletas recolectando sus partes en las quebradas que lo surcaban. Se comían helados Cruz Blanca, la mayoría de las veces salados en la punta. Se compraban bizcochos recién horneados. Se cambiaban libretas de estampillas por docenas de dulces. Se pintaban casas por 100 bolívares y se fumaba escondido en los rincones oscuros. Mi barrio me vio partir un día. Me dejó ir sin pena, como quien despide a un amigo. Nos dijimos adiós. Nos separamos, pero nunca nos olvidamos. EFO.
"....helados Cruz Blanca, la mayoría de las veces salados en la punta..." que recuerdo ese de la punta salada...y costaba una locha o un mediecito, waoow..... me transporté mentalmente a la salida de mi escuela y al carrito de helados que el heladero anunciaba su llegada con un triangulo de hierro y una cabilla....
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