miércoles, 16 de mayo de 2012

EL LOCO


                                                                                      
El graznido de la sirena hiere certero la tarde que poblada de otros ruidos se diluye en medio de la ciudad que convulsa. Rápido, como rápida tiene que ser la muerte, el vehículo serpentea en el tráfico de la hora. Entre esguinces y frenazos va avanzando a trozos y poco a poco se acerca a la blanca pared. 
Detenido en el tiempo su cuerpo inicia un viaje hacia el hoy nuevo proceso de transmutación, poco a poco sus manos se alargan, como tentáculos y sus piernas se enroscan, como sarmientos, su cabeza se estira hacia arriba y su torso se ensancha. Sin poder evitarlo su cuerpo va adquiriendo otra forma, ahora es un animal, que agazapado espera, acecha y luego es un vegetal que hunde las raíces de sus pies en la tierra áspera que los atenaza, empujándolos hacia abajo, en busca de lo insondable. Hace dos días se convirtió en una cosa, primero era cuadrado, luego redondo y finalmente la periferia de su cuerpo se hizo informe y allí se quedó, cree el que por mucho tiempo hasta que despertó otra vez convertido en lo que cree ha sido siempre: alguien igual a otros alguiens con los cuales comparte espacio y tiempo. Para él ya no existen límites entre fantasía y realidad, pues todo el tiempo sus fantasías están fuera de su control y merodean a su alrededor, como buscando algo que no sabe exactamente que podría ser.
De pronto la ambulancia se detuvo. Dos pares de manos vuelan presurosas en busca de su cuerpo. Lo tienen. Lo aprisionan y se lo llevan en volandas hasta que el golpe seco de la puerta al cerrarse lo deposita en esta nueva realidad.
Sentado en la cama ve llegar las figuras. Lo miran. Lo tocan. Le hablan. Depositan un gettone de Valium en la ranura de su boca. Despacio , con pasos de góma espuma, sus miembros se van haciendo blandos. Pareciera que no le pertenecen. Todo desaparece como tragado por una bruma pegajosa que abotaga sus sentidos y amarra pies y manos. Incapaz de oponer fuerza alguna a eso que lo avasalla cierra los ojos, se deja ir.
Amaneció otro día. El sol se diluye por la tela metálica que recubre la ventana del cuarto, invitándolo a asomarse. Y lo hace. Y de pronto, sin darse cuenta ha cambiado de lugar nuevamente. Ahora su cuerpo está tendido junto al muro. Es un muro blanco, de un blanco lechoso, que circunvala un mediano territorio donde conviven en odiosa promiscuidad el edificio del sanatorio, un pequeño parque con árboles dispersos, poblados de pájaros y una raquítica fuente que con asmático gorgoteo amenaza con ahogarse.
Acostado cerca del muro inicia un repaso de si mismo. De su mundo. De ese mundo que tuvo que crear para sobrevivir. Un mundo sin sentido, un mundo fragmentado, que hizo con pedazos de realidad porque su mente no se integró. Ese es su único mundo, nada agradable, nada cómodo. En el se siente atrapado en experiencias dolorosas y desgarradoras que no puede superar pero que tampoco puede ignorar, como sus delirios y alucinaciones, que son repuestas que encontró ante lo que parecía sin sentido porque nadie se lo explicó. Fuera de eso nada es válido. No existe. Dentro de él no hay nada y en el exterior algo que no comprende, pero que toca, oye y ve.
Sus ojos se dilatan por la blancura del muro, del que nada distingue pues no hay nada que mirar; ni siquiera percibe pequeñas imperfecciones o alguna fisura que le permita intuir de que y como está hecho. Larga, alta, la estructura manifiesta su dominio sobre seres y cosas cercanas. Tras él todo está vacío, fuera de él otro universo desconocido, nunca imaginado viaja por calles y avenidas. Y dentro de esas dos realidades sobre existe lo único que salva a su psiquis de morir: su locura. Y así ve pasar a Cronos, observa como su delgada sombra se proyecta en las paredes del hospital, se extiende por la grama y choca contra el muro que indiferente recibe el impacto. Este muro es insensible. Su función es servir de barrera de contención a cualquier indicio de sensatez. Está hecho y puesto allí para reprimir, homogenizar, mantener ideas y enfermos en su lugar. Y allí está él, en su lugar. En medio de la nada. Donde siempre ha estado. Para él no hay cambios. No siente diferencia entre comer, dormir o yacer cerca del muro. El cosifica los significados, no entiende las metáforas, no acepta la ironía ni el sarcasmo, no se ríe de los chistes y nunca aprendió a bailar él es, y siempre será, un amurado. EFO.



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